Volver a #Venezuela tras años de #éxodo: “No está mejor, pero es otro país”



 Cuando Helena Riera dejó Venezuela hastiada de la política, de las filas para comprar comida, tenía agua corriente en su casa. Era el año 2015 y Nicolás Maduro había protagonizado una escena que la marcó, un episodio que en la tragedia reciente venezolana se conoce como el Dakazo. El líder chavista ordenó bajar los precios en una tienda de electrodomésticos llamada Daka y la gente se agolpó para pelear por una tostadora o un secador de pelo. Ha vuelto a Venezuela este 2023, después de casi cumplir ocho años viviendo en Chile y de alguna manera ya se ha adaptado a la cotidianidad de esperar el camión cisterna que deben pagar para tener agua en Carora, un pueblo de los llanos venezolanos. El país al que llega no está mejor, pero es otro. “Si me va mal me vuelvo a ir, pero no es mi plan que me vaya mal. Sé a dónde vine, no tengo ningún objetivo estratégico financiero. Regreso por razones emocionales y personales”, cuenta por teléfono.



Helena podría contarse entre los al menos 2.000 extranjeros que han dejado Santiago de Chile este año, según informó el Gobierno de ese país hace unas semanas. Un flujo sobre todo de venezolanos que en su mayoría ha emprendido otro proceso migratorio hacia Estados Unidos, que presiona a la Administración de Joe Biden, del que un grupo toca base en su país de regreso. Son parte de un incierto retorno de venezolanos, un goteo que comenzó a ser notorio en el último año, que para algunos especialistas como la investigadora Anitza Freites, de la Universidad Católica Andrés Bello, podría estar entre el 3% y 6% de los cerca de siete millones que se han ido y se siguen yendo de Venezuela en busca de una mejor vida, según los últimos datos de Acnur. El Gobierno venezolano reportaba para finales de 2022 apenas 31.000 retornados con el llamado Plan Vuelta a la Patria que desde la pandemia ha dispuesto vuelos para el regreso de venezolanos, y con ello ha alimentado la narrativa sobre la recuperación del país del que todos se iban.

En Chile, Helena tenía papeles y votaba. Aunque es comunicadora social, tuvo trabajos de migrante como recepcionista, en un quiosco de café de que logró montar o dictando talleres de dibujo que le permitían vivir. También tuvo una relación sentimental que al terminarse acabó con las razones para estar en ese país. Como ella, su hermano y su cuñada, también regresaron de Chile este año, con otra historia y motivaciones después de acusar el golpe de la pandemia. “A mi hermano antes lo echaron de un trabajo por reducción de personal antes de la pandemia. Luego empezó a trabajar de Uber y los bancos se los estaban comiendo con el pago de un crédito para un departamento que compraron y no pudieron seguir pagando”.


En esos años Helena vio la evolución del país que la acogió. “Cuando yo llegué nos decían a los venezolanos, ‘ustedes sí, los peruanos no’. Ahora por todos lados es ‘venezolano culiao, regresa a tu país’. Vi surgir la xenofobia”. Al volver a Venezuela también aprecia un cambio, que de manera agridulce le agrada. “Aquí ya nadie le para a el Gobierno, eso me da cierta tranquilidad. Estamos demasiado jodidos, esto es un desastre, pero ha surgido la autogestión y ya nadie espera nada. Como en mi casa, que no llega agua desde hace cuatro años pero ahora se llama al camión cisterna y cada familia resuelve”, dice la venezolana de 34 años. “Ahora siento que este es un país sin Estado donde la gente hace su vida como puede”. Entre los planes de Helena está montar una escuela de arte para niños en su pueblo. “Aquí puedo hacerlo, porque tengo las redes y la familia. No estar aislada ayuda”, dice. “Me da mucha felicidad poder concretar este proyecto que siempre he tenido y con ello sortear las condiciones en las que está el país”.

Hacer dólares

En 2016 Ángel Silva hizo un viaje de seis días en autobús para emigrar a Lima. Le decían que en Perú se iba a llenar de dinero. A los tres meses se llevó a su esposa y a sus dos hijos. Trabajó como mecánico y como chofer de camiones de carga de pesada. Vivió de cerca la xenofobia contra los venezolanos. En un trabajo lo acusaron de ladrón. En un viaje en autobús trató de mediar por una señora a la que el chofer no quería regresar el vuelto, recibió una cuchillada que terminó en pelea y estuvo detenido por eso. Sus hijos pudieron estudiar, aprendieron inglés desde pequeños y pudo ahorrar para hacer un viaje imprevisto en avión en diciembre pasado para asistir el funeral de su suegro, un regreso que aprovecharon para quedarse después de seis años sin ver la familia. Dice que su experiencia no fue mala, pero tampoco buena.

“Cuando estaba en Venezuela me decían que me fuera a Perú, me decían que me iba a llenar de dinero y me estrellé. Ahora cuando mis amigos allá me preguntan cómo está Venezuela, les digo que está en un proceso de cambio, pero que mientras esté este Gobierno no cambiará mucho. Les digo que si quieren regresar, prueben, sin perder sus papeles allá”. La dolarización del país es el principal cambio que percibe. Cuando Ángel se fue, tener dólares sin autorización del Gobierno era delito. “Estoy entusiasmado con el regreso, no he pensado en la posibilidad de volver Perú. Eso sí, acá trabajo muchísimo. Salgo a las 3 o 4 de la madrugada a la calle a trabajar porque sí o sí cada día tengo que hacer dólares”, dice durante una pausa en su jornada de taxista. Tiene planes de montar un puesto de comida en la calle para redondear el ingreso.

Kelinger Colmenares tampoco saca un balance positivo de su experiencia migratorio en la ciudad de Yachuachí, al sur de Ecuador. Hace tres años llegó a ese país con 20 años y una bebé de meses, luego de que su pareja de origen ecuatoriano logró establecerse. Pero ella no pudo sacar papeles, ni hacer el curso de maquillaje que esperaba, ni trabajar para tener ingresos propios, ni inscribir a su hija en una escuela que solo pudo tomar clases de danza. También vivió aterrada por la violencia de esa ciudad tomada por el crimen organizado y el narcotráfico. “Todo el mundo me dice que por qué me regreso, pero quedarme en un país donde tengo que esperar a que mi pareja cobre para hacer algo me desgasta emocional y mentalmente”, escribió esta semana por WhatsAapp desde el bus en que regresaba a Venezuela. Este viernes llegó a Caracas y fue recibida en el terminal de buses con flores, abrazos y dulces de su familia. Vivirá con su hermana mientras logra hacer dinero para terminar de construir la casa en que dejaron a medias en el barrio de Carapita, en el oeste de Caracas, cuando decidieron irse. “Me dicen que acá todo está igual, pero es muy duro ver pasar a tu familia por situaciones difíciles y no estar con ellos. Para mí, el dinero se hace en cualquier parte del mundo”.

Nuevos destinos

Anitza Freites está por publicar los resultados de una investigación cualitativa en la que se aproxima al incipiente fenómeno de los retornados. “En lo que hemos visto en entrevistas a profundidad hechas en la frontera, sin saber si esas personas ya se establecieron en el país, hay un perfil de jóvenes que se fueron sin un plan migratorio pensado, que se fueron a probar, con una experiencia de vida en Venezuela donde el costo de los servicios, por ejemplo, es nulo, algo que es una situación anormal”, explica la investigadora. Este flujo coincide con el endurecimiento de las restricciones en varios países de la región que inicialmente les abrieron sus puertas y también con una ligera ilusión de recuperación económica en Venezuela a partir del levantamiento de algunos controles que ha hecho el chavismo y el avance espontáneo de la dolarización, a la par de la inflación y la devaluación de la moneda. “La situación se ha puesto bien difícil para los venezolanos en los últimos meses que están siendo deportados en Chile y Perú y en la frontera con Estados Unidos. Están en una suerte de desprotección y metidos en el juego político de algunas élites que usan el tema migratorio dando señales de xenofobia para intentar subir su popularidad”. El estudio que está haciendo Freites se anticipa a los desafíos de reintegración que podría implicar un retorno a mayor escala.

Para la socióloga Claudia Vargas, que investiga el tema migratorio en la Universidad Simón Bolívar, es clave evaluar lo que llama “la vocación de permanencia” para medir las dimensiones de este flujo. “Hay también una migración circular que regresa para ver a la familia, hacer diligencias y volver al país que se fueron o a otros. La evidencia de esto es el incremento de la movilidad de venezolanos por el tapón del Darién. El endurecimiento de las políticas migratorias hace que quieran salir de esos países pero para lograr que querían cuando se fueron. En la región, que hasta 2018 fue salvavidas de la segunda oleada de venezolanos, no ha ocurrido una integración efectiva, jurídica ni económica de los migrantes, lo que alimenta discursos políticos que pueden terminar en actos discriminatorios”.

Vargas identifica una nueva oleada de venezolanos en un contexto en el que se han diversificado los destinos y también de las vulneraciones a sus derechos. El nuevo norte de los migrantes, destaca la investigadora, es Estados Unidos, y como evidencia está la crisis en la frontera con México, seguido de España, donde los venezolanos lideran las peticiones de asilo.

Una encuesta de Consultores 21 presentada el mes pasado revela que 3 de cada 10 venezolanos tiene intenciones de irse del país, 48% tiene al menos un familiar fuera y un tercio de los hogares recibe remesas regularmente. La búsqueda de países desarrollados después de intentos fallidos en América Latina puede ser, según Vargas, el comienzo de una tendencia y refiere las dos deportaciones de venezolanos que se han producido desde Alemania este año.

“El país no está mejor, pero es otro país”, dice Samuel Ramos que hace dos semanas llegó de Buenos Aires sin boleto de regreso, por ahora. Cuando llegó a Argentina en 2018 un dólar valía 20 pesos y hoy la inflación ha disparado el precio a más de 500. Nada que no resulte familiar para un venezolano. Samuel trabajó como obrero, mesonero y repartidor en bicicleta hasta que pudo establecerse como profesor de inglés online con lo que podía vivir allá. “No me he venido de Argentina porque estaba mal, sino porque llevaba cinco años fuera y quería venir a evaluar. Hay cosas que puedo hacer allá y acá no y otras que puedo hacer acá y allá no”.






 
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