Sentada sobre una de las escalas de un puente peatonal en Bogotá, con su hijo de casi dos años en brazos, la venezolana Génesis -quien llego hace un año a Colombia- pide a los que por allí pasan que le den dinero o comida.
Después de trabajar en un centro comercial de Bogotá, llevando y trayendo zapatos de los locales a las bodegas, esta joven migrante se quedó sin trabajo, a raíz de la pandemia y, para no perder el alquiler de una habitación y comprarles lo necesario a su bebé y su pequeña de 6 años -que está en Venezuela-, dice que sale a pedir lo que la gente le pueda brindar: “A veces me dan, a veces no. Pero uno no se puede quejar porque la gente le ayuda mucho a uno”, confesó a la Voz de América.
La escena se repite en varias zonas de la ciudad. Incluso en el transporte público, venezolanos piden ayuda, y debido a que algunos no tienen productos para vender, entonces simplemente se solicitan comida o dinero.
En las salidas de los supermercados, es común ver a uno o a varios que para obtener algún ingreso optan por ofrecer bolsas de basura, apoyar a los compradores transportando sus bolsas de alimentos o simplemente abren las puertas de estos lugares, de manera cordial, para permitir que los compradores entre o salgan.
En el caso de Zulay Díaz, madre de dos adolescentes -de 12 y 15 años-. Perdió su trabajo en un restaurante en Bogotá que cerró a causa de la grave crisis económica que viven países como Colombia, causada por los cierres para frenar el avance de la pandemia de la COVID-19. Vive hace un año en Colombia y su mayor preocupación, en este momento, es tener un techo para descansar con sus hijas.
“A veces sí, a veces no” le alcanza para pagar el alquiler de la habitación donde viven, pero en caso de no recoger lo suficiente en el día, dice que habla con el dueño para que le permita quedarse 24 horas: “Al otro día, le reponemos lo de ayer y lo de hoy”, explica.
Hasta el momento, dice, no han sido desalojadas porque cumplen con el alquiler. “Si no, nos hubieran echado a la calle”, dice a la VOA.
A pocos metros de Zulay, trabaja Jesús Velásquez. A pesar de haber perdido su empleo, dice que ha podido sobrevivir.
En el transcurso del día, este joven de 24 años -proveniente de Guárico, Venezuela- cuida carros, avisa a los conductores cuando se van a estacionar o cuando van a salir del parqueadero.
“Antes de la pandemia, tenía cómo trabajar, vendía limones, mandarinas, arvejas. Tenía cómo resolver, pero ahora, con lo de la pandemia, es muy difícil porque uno no puede trabajar, ahora no puede uno ni ir Abastos (Central de alimentos), que era lo que hacía. Trabajaba por mi cuenta y no tenía que darle responsabilidades a nadie ni nada”.
Siente que la xenofobia es latente. Dice que muchas personas los ven como “cosas malas porque como ven muchos venezolanos han llegado acá y han hecho lo malo (…) Pero, no todos somos iguales. (A) muchos nos gusta trabajar, nos gusta salir adelante, pero por ahora hay muchas personas que nos humillan, nos dicen cosas. Que a uno le da muchas cosas porque uno es ser humano, pero jamás pensé que iba a pasar por esto”, contó con pesar a la VOA.
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Todos los días su esposa y su pequeño hijo lo esperan en casa. Dice que unas jornadas son más difíciles que otras, pues apenas recoge alrededor de cinco dólares, que le alcanzan para pagar el alquiler, cenar y dejar algo para el desayuno.
“No me quejo tampoco porque estoy acá, estoy bien. Pero en realidad es fuerte, uno tiene que matarse por pedir porque a veces uno no tiene para el arriendo y no es fácil”, afirma Jesús.
Temor a salir con niños
Otra de las problemáticas que enfrentan los venezolanos, que salen a las calles para pedir ayuda, es que deambulan con varios miembros de la familia.
La venezolana Yessica González pide ayuda junto a su madre -de 50 años- y su hijo, de tan solo uno, de calle en calle.
“Yo tengo cinco meses ya en Bogotá y mi situación es sinceramente crítica porque tengo que salir a la calle con mi bebé porque, si no salgo y me quedo en el apartamento donde estoy, me sacaban”, dice la joven de 28 años, quien llegó a Colombia proveniente del estado de Portuguesa.
Dice incluso que los dueños del lugar donde reside pasan en las noches amenazando con sacar a los huéspedes, y dándoles solo cuatro días de gracia para ajustar cuentas.
“Ahorita, estoy saliendo con mi mamá, vendo bolsitas de basura. Esto es con lo que me estoy ayudando. Mucha gente me apoya, con abonarme alguito de más, como otros también nos humillan” pero, confiesa, a veces opta por simplemente pedir dinero, pues dice que, si saca plata para comprar las bolsas no paga el arriendo.
“Es preferible pagar arriendo y salir a la calle: ‘Por favor, colaboren con algo de comer, una monedita de oro'”, dice a los transeúntes. “Esto es vergonzoso, pero si no lo hago, mi hijo, mi madre y mi otro hermano, mi persona, nos morimos de hambre. Entonces esto es una parte de las personas, mucho nos juzgan, pero para nosotros los venezolanos es solo una ayuda”, explica.
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Yessica dijo a la VOA que aunque no tiene otra opción, teme salir con su hijo porque la gente o la policía, según ella, pueden denunciarla por estar con un menor de edad en las calles pidiendo dinero.
“Tengo tres días viniendo y los policías dicen: ‘Se van, desalojen o llamo al ICBF (Instituto Colombiano de Bienestar Familiar). Nosotros no hacemos caso porque este es el sitio de por sí donde nos ayudan. Aquí muchas partes ya han quitado muchos niños”, señala la joven.
Por ahora recoge un poco más de 8 dólares para comer. Con el dinero que consigue también compra cuando alcanza la leche y pañales para su bebé. Afirma, no obstante, que algunos días la única opción es acostarse con el estómago vacío.
¿Quedarse en Colombia o volver a Venezuela?
Génesis dice que prefiere quedarse en Colombia porque “allá (en Venezuela), la situación está más difícil todos los días y, con la pandemia, te mata el virus o te mata el hambre”.
Lo mismo cree Jesús, quien dice que sueña con trabajar, tener sus propias cosas, salir adelante, ayudar a su familia.
Zulay piensa diferente. Para ella, sería ideal regresar a Venezuela. Dice que en su país tiene su casa, no pagaría arriendo. “Aquí no, aquí hay que salir todos los días a trabajar para medio comer y pagar arriendo, para no quedarnos en la calle”, explica Díaz.
Pero confiesa que no ha buscado la manera de salir porque no quiere correr riesgos con sus hijas, al igual que Yessica, quien dice que viajar desde Bogotá hasta Cúcuta con un bebé “es muy fuerte (…) porque pueda ser que yo lo supere, pero un bebé no. Entonces prefiero mil veces quedarme aquí, pasando (…) para cuando yo regrese a mi Venezuela, sea más tranquilo”.
Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados ACNUR, Colombia ha sido el país que ha acogido el mayor número de personas desplazadas, a través de las fronteras, con un total de 1,8 millones de migrantes venezolanos. Su representante en este país, Jozef Merkx, le dijo a VOA Noticias que el 60 por ciento de los venezolanos en Colombia no tienen ingresos, a propósito de la coyuntura generada por la pandemia.