En el Valle de Kamarata, en la Gran Sabana, estado Bolívar, dicen que la lluvia despierta los colores de la selva y sutura las heridas del alma. En los atardeceres, bajo el manto del Auyantepuy, el sol pinta de rubio y anaranjado las casas pequeñas, algunas con techos de teja de barro que se ciñen con incontables susurros silvestres que anuncian la llegada de la noche, y la falta de la electricidad.
El pueblo, habitado por indígenas pemones kamaracotos, caracterizados por sus pómulos afilados y de mirada negra y profunda, sufre los embates de la crisis eléctrica venezolana. El valle quedaba a oscuras y los apagones se multiplicaban, pues la microcentral hidroeléctrica que surtía energía a la comunidad, se deterioró generando hasta 30 cortes de luz en la semana.
Este sistema hidroeléctrico data de 1960, y era la única fuente de energía eléctrica con la que contaba el poblado. A pesar de esto, en las temporadas de sequía dejó de ser eficaz ya que el agua no llegaba con regularidad limitando cualquier tipo de actividad una vez que se ocultara el sol.
Sin registros oficiales El último censo sobre los pueblos indígenas en Venezuela fue realizado en el 2011. La población Pemón actual se puede estimar en 30.000 habitantes, lo que representa aproximadamente el 7% del total de indígenas en el país
Lucía Coll, directora de Eposak, afirmó para El Diario que el Valle de Kamarata es un territorio asentado en las faldas del Auyantepui.
Detalla que es, prácticamente, el patio trasero del Salto Ángel, la caída de agua más alta del mundo. Sin embargo, las comunidades en sus alrededores están la mayor parte del tiempo sin energía y olvidadas por el Estado.
Fue hace dos años cuando se empezó una campaña impulsada por la organización Eposak, con el apoyo de la Embajada Británica en Venezuela, bajo el concepto de turismo sostenible. Una premisa que nace para promover una actividad que pueda estimular el crecimiento económico, crear empleo, así como ayudar a personas a salir de la pobreza y mejorar su calidad de vida en la Gran Sabana.
El turismo es una industria que, según cifras de la Organización Mundial del Turismo (OTM), representa 1 de cada 11 empleos (10%), lo que la convierte en uno de los motores que más impulso puede darle al desarrollo de una nación.
Por ello, Esposak–cuyo nombre significa “logro” en lengua pemona kamarakota– desarrolló un proyecto para proporcionar energía solar a la comunidad del Valle de Kamarata.
Los planos de la idea fueron diseñados para lograr tener energía eléctrica en dos fases. La primera fue un reconocimiento y levantamiento de información. Y la segunda consiste en la instalación de la red de paneles solares que garantizarían la energía solar en el liceo y el ambulatorio de la comunidad, un proceso que puede llevarse a cabo en tres días.
De hecho, la primera limitante para llevar a cabo el proyecto fue el traslado de los equipos, marcado por la escasez de gasolina en el país y la falta de acceso a la zona rural al sur de la nación.
En la comunidad asomaron la intención de recurrir al uso de generadores diesel. Pero por los altos costos, su difícil acceso y el hecho de generar energía a cambio de contaminar el ambiente, la idea fue descartada. La opción fue coordinar todos los esfuerzos necesarios, por aire, para que los equipos llegaran en perfectas condiciones.
Al tener que trasladar equipos sumamente pesados y costosos no era una opción llevarlos a través de la vía fluvial. Tuvimos que redimensionar el proyecto también porque queríamos cubrir cuatro edificaciones, pero finalmente decidimos, en conjunto con la comunidad, que la prioridad era el ambulatorio y el liceo por un tema de costos y que teníamos que rendir los recursos con base en las necesidades prioritarias de la comunidad”, explicó la directora de Eposak
El impacto de esta acción en Kamarata se traduce en reducción de las emisiones de dióxido de carbono a 54,5 toneladas menos al año.
Dicha corriente puede ofrecer un respaldo de 48 horas de electricidad continuas para el liceo y el ambulatorio. Y es que les ha cambiado la vida. Al menos 79 indígenas pemones kamarakotos han sido beneficiados directamente.
Una fuente inagotable
La energía solar proviene una fuente inagotable, esto quiere decir la no dependencia de la electricidad proporcionada por los generadores diesel, además es amigable con el ambiente y ayuda a promover el desarrollo del turismo sostenible en la región.
Los paneles funcionan gracias a células fotoeléctricas que reciben la luz del sol y la transforman en corriente eléctrica. Este proceso sucede en cuestión de segundos y requiere de otros dispositivos, como un inversor y una batería para que el sistema funcione.
Las celdas fueron instaladas por un grupo de ingenieros de la empresa Grupo Otegi y cada hora producen entre uno y dos kilovatios. En total, se cubren los 4.800 wp de la demanda anual que requiere el ambulatorio y el liceo.
Los paneles solares también funcionan como un sistema alternativo y respaldo de la energía eléctrica. La comunidad cuenta con la posibilidad de cambiar del abastecimiento eléctrico de la energía solar a la regular, la cual es generada por la microcentral. Es, además, un conjunto cerrado donde existen unas baterías que son adecuadas al consumo de cada edificación por los próximos 20 años.
Anteriormente, el ambulatorio no tenía la capacidad para atender partos en horas de la madrugada. Una vez que caía el atardecer, la actividad era limitada debido a que la generación solo podía garantizar energía durante pocas horas al día.
En el caso del liceo, existe una sala de laboratorio donde no se encendían las computadoras en al menos tres años debido a la inestabilidad de la energía que arriesgaba a los equipos a dañarse.
El proyecto también fue diseñado para que distintos representantes de la comunidad pudieran recibir capacitaciones para la manipulación del sistema de los paneles solares y conocimiento sobre la tecnología que se está empleando. Esto puesto que los equipos pasan a ser propiedad de los habitantes de esta región, y se les brinda las herramientas y conocimientos necesarios para el mantenimiento de los equipos.
“Una de las principales cosas que pasan cuando se instalan estos sistemas en zonas rurales del país es que no existe el mantenimiento y a nadie le duele. Por eso, los paneles solares pasan a ser propiedad de la comunidad como parte de una visión sostenible que beneficie la calidad de vida de las personas que habitan en este sector”, sostuvo Lucia Coll.
Un técnico electricista, que vive en la comunidad, dispone de un instructivo de mantenimiento para la limpieza de los sistemas de energía y revisión de los equipos periódicamente, además de consultas remotas con personal técnico de Otepi.
“Lights On! Empower Kamarata with the Sun” pudo cumplir la primera fase. Sin embargo, por la pandemia del covid-19, el proyecto se encuentra paralizado, y en buena medida, se encuentra en proceso para escalar esta iniciativa de iluminar los valles que rodean la pradera de la Gran Sabana al sur de Venezuela.
“Estas iniciativas impulsan el desarrollo y generan oportunidades en las comunidades que trabajamos. Al mismo tiempo, estos proyectos generan experiencias de viajes. Bien sea presencial o dada las condiciones actuales, estamos generando experiencias virtuales para que la gente pueda viajar a estas comunidades y conocer a su gente”, agregó la directora de Esposak.
La próxima meta es que la iniciativa llegue a más lugares de Kamarata, como las otras escuelas, las posadas y cada uno de los hogares de los kamarakotos. Se trata de un turismo sostenible que inicia con encender un bombillo, pero que se extiende en el beneficio de cientos de personas en las regiones indígenas del país.