“Llegó la luz. Todo el mundo feliz, a cargar todo... la computadora, el agua”. Estas palabras de un monólogo de la humorista Erika de la Vega reflejan con tal exactitud la crisis que enfrenta Venezuela que hacen que la risa se mezcle con el llanto.
Cualquiera que haya vivido en un estado fallido como lo es el régimen de Maduro, sabe que uno de los pocos recursos que les quedan a los ciudadanos ante la ineptitud oficial es reírse de sus desgracias para no enloquecer por los cortos “alumbrones” y la escasez de todo.
A De la Vega el humor la ha salvado en muchas ocasiones, por eso lo aplica cada vez que le hace falta sacudirse de un mal momento. En octubre del 2012, el día después de que Henrique Capriles perdió las elecciones contra Chávez, quien salió reelecto para un cuarto término, la también presentadora no podía levantarse de la cama para dar la cara a sus televidentes en el programa Erika Tipo 11.
Eran las dos de la tarde y ella todavía estaba en payamas. Como gran parte de Venezuela, tenía el ánimo por el piso porque el cambio que había imaginado no llegaría.
Fue el humorista Luis Chataing, quien fue su colega en el programa radial El monstruo de la mañana, quien le recordó cuál era su responsalidad: “Tú decidiste hacer reír a la gente y darle fuerza en los momentos en que uno no se tiene que reír, así que sal de esa cama y mira a ver cómo te ríes de la situación”.
“Me fui y grabé ese día el programa con sinceridad”, rememora De la Vega en entrevista con el Nuevo Herald.
“A lo largo del tiempo he aprendido que la comedia te salva, te sana y te ayuda a entender la realidad. El humor da esperanza, aunque en el momento parezca que no la hay”, añade De la Vega, que sabe reírse de sí misma.
“En teoría soy publicista, pero en la práctica no lo soy. También soy locutora, presentadora de televisión, comediante, de vez en cuando actriz y, bueno, también, mamá. Eso me hace ser chofer, saca mocos, friega platos y una persona con mucha paciencia”, dice cuando se le pregunta su ocupación.
Para esta caraqueña de 44 años el humor le da la oportunidad de “ser completamente sincera, sin ofender”, puntualiza.
Esas reservas no le impiden burlarse del afán del inmigrante, y especialmente de los exiliados, de creer que su tristeza es inconsolable y que las cosas de su país son únicas e irrepetibles.
“Fuera de Venezuela uno se siente un poco huérfano. Extraño a los amigos, la rutina, el sentido de pertenencia”, dice con todo el peso que requieren sentimientos tan profundos, para después padecer lo que Guillermo Cabrera Infante llamaba un caso de exilium tremens. “Extraño el queso blanco, la luz del día, que es distinta. En fin, uno se siente como si te faltara alguien muy importante en tu vida”.
De la Vega también reconoce que los venezolanos en la diáspora están “muy solos y melancólicos”, por lo que necesitan el humor. Para luego acotar que en el Doral no están tan solos porque es como Chacao, una de las ciudades del área metropolitana de Caracas.
Aun así asegura que los venezolanos en Miami solo se ven en “las concentraciones, porque cada quien está en su propia lucha”.
Sus chistes, que se inspiran en la observación de la realidad, especialmente de las relaciones entre las personas, se dan muy bien en el escenario, en el estilo del stand up comedy.
“Los hombres se casan engañados, no enamorados, y menos mal que los engañamos, porque si así les cuesta casarse”, decía en una de sus presentaciones en el programa Suelta la sopa, de Telemundo.
A todas las facetas profesionales de De la Vega hay que agregarle la de influencer, porque cuenta con una gran fanaticada en las redes sociales, donde a cada rato lanza un meme con frases al estilo de:
▪ “Nada revela más tu edad que tus búsquedas de YouTube”.
▪ “Viajar es un placer hasta que... escuchan mi acento y me preguntan por Maduro”.
▪ “Yo solo quiero que mi esposo me vea como ve a Messi cuando juega”.
“La risa es esperanza”, concluye. “Siempre nos reiremos de algo”. Y a veces le toca a Maduro y otras al esposo.