Tomamos el pulso al efectivo, las tarjetas bancarias y los pagos móviles para intentar acercarnos a una sociedad sin billetes ni monedas.
¿Existirá algún día un mundo sin dinero físico? Toda la sociedad moderna y el comercio mundial están sustentados sobre la existencia de las monedas y billetes, una forma de representar la riqueza de un país que garantiza el valor de ese efectivo (desde que el número que representan estos objetos no está ligado al patrón oro). ¿Por qué estamos empeñados en ir hacia un mundo sin dinero?
La transformación digital tiene mucho que ver en este cambio de visión. Hasta hace unos años, tener la cartera llena de billetes era un motivo de orgullo pero, ahora, se trata de una incomodidad que nos abulta en los pantalones o carga en el bolso. La comodidad e instantaneidad de las tarjetas de crédito han convertido al efectivo en una opción añeja con un futuro muy poco optimista.
¿Qué se usa más, efectivo o tarjeta?
Ante este futuro sin dinero contante y sonante hemos de preguntarnos cuál es el estado actual de la cuestión. En ese sentido, existen numerosas diferencias entre los distintos países del mundo, encontrando a España en un punto medio de esta carrera y con un apego todavía muy intenso hacia el papel moneda.
Según el último informe de medios de pago de Tecnocom, casi una cuarta parte de los españoles (23%) paga habitualmente sólo con efectivo (la media de la zona euro es del 9,7%, según el Banco de Pagos Internacionales), mientras que apenas un 7% paga únicamente con tarjeta bancaria (como comparativa, en Brasil este porcentaje asciende al 27%). En Europa, de los 46.000 billones de transacciones anuales, el 85% se siguen realizando en efectivo. Y lo más preocupante: la adopción del dinero físico no ha dejado de crecer en los últimos cinco años.
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Todo ello pese a medidas gubernamentales orientadas a reducir el flujo de monedas y billetes -como la recientemente anunciada por el ejecutivo de limitar a 1.000 euros los pagos en mano- o pese a que en nuestro país existan más tarjetas que personas (69 millones de plásticos, 45 millones de ellos de crédito).
España tampoco sobresale especialmente en la adopción de nuevos medios de pago electrónicos, como pueden ser los pagos móviles. En ese sentido, apenas un 2% de todos los pagos en establecimientos físicos dentro de nuestras fronteras se realiza con un smartphone, en la media de Iberoamérica.
El ejemplo de Suecia
Pero si hay un país en el que debemos fijarnos para analizar las perspectivas de una sociedad sin dinero en efectivo, ese es Suecia. En esta nación nórdica, apenas un 2% de los pagos se realiza con billetes y monedas, siendo el 98% de las transacciones de carácter digital. Para más señas, en tan sólo seis años (2009-2015), Suecia logró reducir de 106.000 millones de euros de papel moneda en circulación a unos “residuales” 8.000 millones de euros, de los cuales únicamente un 40% está en circulación activa.
La mentalidad nórdica (orientada al uso práctico y la comodidad, sin un apego a la propiedad en sí misma del dinero) ha tenido mucho que ver en este proceso de transformación digital, pero también hay que destacar el impulso estatal a esta progresiva evolución de los medios de pago. Así pues, desde hace unos años,Suecia se ha marcado 2030 como fecha límite para el efectivo en sus calles; un reto más que un imperativo pero que guía las principales políticas económicas del país.
Ventajas de los medios de pago electrónicos
La intención de prescindir del efectivo en nuestra vida cotidiana no es un sueño remoto ni un propósito vacío: son numerosos los beneficios del dinero digital frente al papel moneda. Los primeros de ellos son obvios: la comodidad y sencillez de uso, algo hilado de forma intrínseca a la total disponibilidad de los recursos financieros en cualquier momento y situación (incluso cuando viajamos a países con otra moneda).
Por otro lado, no hemos de obviar la seguridad: es muy fácil robar una cartera con un bonito fajo de billetes en su interior, pero es más complicado (que no imposible) robar la tarjeta de crédito o el smartphone de la persona para, posteriormente, averiguar la clave de acceso a la app de pagos o el código PIN del plástico…. y todo antes de que el sujeto bloquee automáticamente todos los sistemas.
Tampoco es baladí el ahorro que supondrían los pagos digitales para las distintas Administraciones encargadas de la emisión del papel moneda. No en vano, se estima que el efectivo supone un coste adicional para la Unión Europea de unos 70 millones de euros al año. Un dinero que podría emplearse en gasto social y evitar recortes en dependencia, sanidad o educación.
En esa misma línea, los medios electrónicos de pago garantizan la trazabilidad completa de las transacciones que se produzcan en el planeta. Ello implicaría acabar con la opacidad a la hora de mover dinero, una barrera clave para acabar con los movimientos de dinero negro hacia paraísos fiscales y los pagos en negro a trabajadores y proveedores (la llamada economía sumergida).
¿Existe algún riesgo al prescindir del efectivo?
Pero no todo son alabanzas y aplausos a la hora de acabar con el dinero físico. Más allá de cuestiones sentimentales y de percepción (en las que los cambios generacionales harán lo suyo para cambiar el imaginario colectivo), existen muchas otras trabas e inconvenientes que dificultan esta aventura donde toda nuestra -pequeña- fortuna estará hecha de unos y ceros.
La privacidad es el principal obstáculo a la adopción de un mundo sin efectivo. Y es que, en cuanto todos los pagos que realicemos estén registrados digitalmente, ¿sería posible seguir todos nuestros pasos? ¿podría el gobierno anticipar lo que queremos hacer y tomar medidas preventivas? ¿podría un tercero acceder a esos datos con fines comerciales o promocionales? ¿dónde queda la intimidad en este universo donde estaremos constantemente monitorizados?
Otro problema puede ser el del acceso de una población cada vez más envejecida a medios digitales de pago. Los billetes pueden ser reconocidos por su color y tamaño, pero una tarjeta de crédito o app móvil exige fijar la atención en una pantalla digital que no siempre está preparada para personas con discapacidad visual.