En las conversaciones familiares y sociales de estos días, mucho se oye afirmar que nadie la está pasando bien en Navidad. Es una visión un poco ingenua, porque la verdad es que en cualquier guerra -y la situación actual lo es- mientras hay millones sufriendo con muy poco (o con nada), unos pocos disfrutan con los millones que les produce la desgracia colectiva.
Es un disfrute macabro, desde luego, pues mientras más hambre pasan grandes sectores de la población, más riqueza acumulan los que se lucran con el horror de esta situación.
A la cabeza de los que deben estar pasando su mejor Navidad en este 2017 se encuentran los autores intelectuales de la sistemática y contumaz agresión económica contra la población casi indefensa. Los inventores del mecanismo ilegal e inmoral de manipulación cambiaria, por ejemplo, deben estar disfrutando de verdaderas bacanales en estos días finales de un año en el que han perpetrado su delito de manera continua e impune.
En la misma juerga han de estar empatados los principales secuaces de esa mafia: la maquinaria mediática nacional e internacional que le sirve de megáfono. Y es que nadie debe olvidar que esas personas encontraron el negocio ideal para ellos: obtienen obscenas ganancias mientras proclaman luchar por la democracia venezolana.
En una situación muy parecida a la de los grandes capos se encuentran, de seguro, los cómplices directos de esta gigantesca acción contra la soberanía venezolana, entre quienes se cuentan altos funcionarios públicos civiles y militares que deberían estar cumpliendo la misión de proteger al pueblo y, muy por el contrario, se han sumado a las filas de sus verdugos.
En esta primera línea de coautores están también los grandes empresarios locales que han hecho de la crisis su gran ventaja competitiva.
La opulencia de los integrantes de estos dos grupos de compinches no es, en realidad, algo meramente navideño. Se trata de la misma gente que se pasa el año entero colmando los restaurantes de lujo y comprando los productos con los precios más exorbitantes que alguien pudiera imaginar, al tiempo que denuncian hambrunas y dicen estar en plena emergencia humanitaria. La mesa repleta y la conciencia anestesiada con buenos licores que tendrán esta Nochebuena es parte de la cotidianidad de este pequeño segmento de la sociedad.
En el tercer nivel de los que salen favorecidos por la crisis de la inflación especulativa están los mandos medios y bajos de esta infame conspiración: pequeños comerciantes, funcionarios menores y bachaqueros de toda laya. Es la gente que se ha acogido a la dinámica de la guerra económica, y con la excusa de que estamos en tiempos de “¡sálvese quien pueda!” se le afincan al cliente fiel, al vecino, al compañero de trabajo o de estudio, al amigo y hasta al hermano, reproduciendo hasta la locura el ciclo de la especulación cambiaria y de precios. Con las “ganancias” obtenidas a costillas del prójimo es muy posible que la pasen bien en estas fiestas.
Mientras tanto, en la base de la pirámide está la mayoría. Los que trabajan por un salario, los funcionarios no corruptos ni cómplices, los adultos mayores, los enfermos, las madres solteras, las niñas y los niños… Son las víctimas típicas de todas las guerras y no es por casualidad que también lo sean de esta. Para colmo de injuria, una parte de ellos -con una ingenuidad que conmueve- se consuela pensando que todos en el país están pasando la misma roncha.
(Clodovaldo Hernández / clodoher@yahoo.com)