En medio de tantas turbulencias, no
aspiro a hacer un análisis objetivo. Pretenderlo, sería muy ingenuo o
muy hipócrita. Hecha esa necesaria advertencia, diré lo que pienso: en
estos últimos días, la diferencia conceptual entre Revolución y
contrarrevolución ha llegado a unos niveles caricaturescos: mientras el
gobierno ha inventado una Constituyente, la oposición ha inventado las
bombas de pupú.
Si se le lleva el caso a un oráculo
espiritual, tal vez diga que nadie puede ofrecer ninguna otra cosa, como
no sea aquello que tiene en la cabeza y en el corazón. Pero no metamos a
los maestros espirituales en estos asuntos tan mundanos, no vaya a ser
que también los bañen de críticas.
Al margen de si unos somos más
materialistas y otros más esotéricos, estamos obligados a poner en una
balanza los medios de lucha (para decirlo como un marxista de libro bajo
el brazo) de cada uno de los protagonistas de esta pugna. Y cuando se
compara una cosa con la otra, la desproporción resulta notoria.
Pareciera un contrasentido flagrante, pues se supone que “la gente
decente y pensante de este país” (como diría Carola Chávez) es la que
milita en la oposición, mientras los indecentes y no pensantes son los
simpatizantes del chavismo. Ahora, evaluemos con calma por un momento:
¿es decente y pensante aplaudir y tratar como héroes a quienes se han
dedicado a envasar sus propias heces (bueno, uno supone que son las de
cada uno…) para arrojarla a sus compatriotas? ¿Y es propio de gente
tarada y vulgar iniciar el debate de unos cambios constitucionales?
El asunto de los excrementos es muy
simbólico. Es máxima la carga de odio que está implícita en esa acción
escatológica. El mensaje es claro: se desprecia tanto a quien representa
la idea política a la que se adversa, que se le estigmatiza con el
estiércol humano.
La novedad de la semana se inscribe
dentro de una escalada de la carga violenta de las acciones contra
funcionarios públicos y personas “sospechosas de ser chavistas” tanto en
Venezuela como en el exterior. El colmo de ese clima de intolerancia se
produjo en España, donde se hostigó a integrantes del Comité de
Víctimas de la Guarimba y el Golpe Continuado de 2014. Son personas que
perdieron familiares en el episodio llamado “la Salida”, o resultaron
ellos mismos lesionados, y ahora se les somete al escarnio en otros
países, se les acusa de ser tarifados, se les convierte en víctimas al
cuadrado.
El discurso de perseguir a cualquiera
que no sea antichavista permea profundamente en la gente común. En sus
zonas de confort político (urbanizaciones, empresas, clubes, colegios,
restaurantes, etc.) se planea el asedio (al vecino, al compañero de
trabajo, al afiliado, al estudiante, al comensal chavista). Algunos
llegan al extremo de hablar de homicidio y linchamiento. Y esa prédica
ya está dando resultados; si no que lo diga “el Sociólogo del Matero”.
Sin duda, se lleva a un sector de la población a caminar por el borde de
una cornisa, la de una confrontación civil que no beneficiará a nadie.
Al menos no a nadie del pueblo, ni el chavista ni el opositor.
El caso de las armas de pupú mostró,
además, cómo los enloquecidos dominan en una oposición sin timonel (o
con muchos timoneles ineptos). Quienes trataron de ponerle freno a esa
locura cochina fueron atacados con la misma furia que habían merecido
los chavistas. Algunos hasta tuvieron que hacer la denuncia pública a
través de sus redes sociales, tal vez porque temieron verse también
–literalmente- bañados en caca.
Como suele pasar, algunos intelectuales y
hasta uno que otro líder religioso salió al escenario a tratar de
culpar al chavismo y a los chavistas de que la oposición haya inventado
los lanzamierda. Los sesudos analistas encendieron de nuevo el carrusel
de su discurso de varias décadas, según el cual todo este odio lo sembró
Chávez, porque antes de 1999 los venezolanos nos amábamos
apasionadamente. Y cierto cura afiló sus argumentos para decir que el
culpable de esa conducta tan bochornosa y asquerosa fue el presidente
Maduro. Alguien le preguntó por qué decía algo así y el pastor de almas
declaró: “Porque cuando a Guardia Nacional obligó a los muchachos a
arrojarse al Guaire (¡uf, qué mentiroso el curita, Dios lo perdone!)
Maduro se burló de ellos en televisión”.
Entonces, tratando de superar la
obnubilación generalizada, intentando sacar algo en claro, podemos decir
que, luego de un mes de muerte y destrucción, después de romper varios
récords (la protesta más violenta, la más ridícula, la más imbécil, la
más marketinera…), Venezuela se debate entre dos propuestas: ir a la
Constituyente, a discutir el rumbo inmediato y futuro de todas y todos; o
dedicarnos a embarrarnos mutuamente y, ¿quién lo duda?, terminar de
volvernos ñoña.
Clodovaldo Hernández