Hace un poco menos de tres semanas (21 de abril), el portal PanAm
Post publico una columna llamada: “Venezuela: ¿Se está negociando la salida de
Nicolás Maduro?”.
En ella, publicaron que, en efecto, y bajo la mediación de Hermann
Escarrá y José Vicente Rangel, el dictador venezolano (creo que ya no
hay ningún reparo para llamarlo así) estaba buscando un salvoconducto de
salida, y manejaba varios escenarios en paralelo: o irse “por las
buenas” con impunidad, o aumentar la represión para aumentar su poder de
negociación, alentado por sus radicales; o buscar una fórmula
pseudolegal para retener el poder (encarnada desde el primero de mayo en
la espuria “Constituyente Comunal”,
que no resiste el mínimo análisis) o la fórmula del autogolpe
disfrazado de golpe, que permitiría a Maduro y a su camarilla huir,
hacia destinos de salida ya escogidos y arreglados, mientras mantienen
lo que les es cardinal: el hilo de sus negocios y su poder sobre los
venezolanos.
Maduro ha mantenido todos esos escenarios abiertos, pero ha
privilegiado, sin duda estimulado por sus radicales, el de la represión.
Cuenta para ello con una poderosa palanca de poder: la del generalato
de la Guardia Nacional, que comprende que en defenderlo se le va la
vida. Sin Maduro en el Gobierno, la mayoría de estos generales tendrán
que explicar de dónde han sacado cuentas abultadas en dólares, y más
aún, muchos de ellos (cuentan en las fuentes castrenses) por qué se han
involucrado en el narcotráfico.
Por lo tanto, ordenan represión a su tropa, muy mal entrenada, pero
muy ideologizada (y en muchos casos, con antecedentes penales, como revelaba el periodista Nelson Bocaranda
y confirmó a PanAm Post un coronel de la GN en situación de retiro pero
aún con contactos en el componente), labor que estos están dispuestos a
hacer… por el momento.
Sin embargo, Maduro no ha dejado de intentar negociar con la
oposición una tregua que le permita un escape. Para ello cuenta, ya no
con Escarrá (el cerebro detrás de la propuesta abiertamente
inconstitucional de “Constituyente Comunal”), sino con José Vicente Rangel,
el principal operador político del chavismo, que ha estado haciendo
contactos con el país no chavista para ver cómo compone la situación,
bajo el argumento primario de “evitar una guerra civil”.
El problema para Rangel es que la credibilidad de Maduro está en un
punto muerto, como señalábamos en la columna anterior, y ha caído
todavía más desde que decidió aumentar la represión. Rangel solo ha
conseguido que se reúnan con él algunos personajes de los medios,
fundamentalmente gente que en algún momento estuvo ligada al “chavismo” o
fue lo que en la jerga comunista de los 50 y 60 se llamaban “compañeros de viaje”;
pero en ningún caso le ha atendido el teléfono alguien de la Mesa de la
Unidad o que tenga alguna posibilidad de influir en ella.
Maduro, sin embargo, sigue dispuesto a negociar. Y este
recrudecimiento de la represión, y esta propuesta de la Constituyente,
apuntan a aumentar el costo de la negociación para sus rivales, a que
entreguen más a cambio de menos. Para cualquiera, salvo para un demente,
luce muy obvio hoy que la represión no solo no está doblegando a los
venezolanos; al contrario, los está encorajinando para salir cada vez
con mayor fuerza a las calles.
¿Hacia dónde se dirige Venezuela?
Es mucho más obvio hoy para la comunidad internacional, como señalaba Evan Ellis en una redonda entrevista publicada por Deutsche Welle,
que en Venezuela no hay una dictadura convencional ni nada que se pueda
comparar con el típico gorilato latinoamericano, de izquierda o de
derecha. Ellis señalaba que el Gobierno de Maduro es comparable solo con
el de Robert Mugabe,
en Zimbabue, u otras experiencias africanas, donde un grupo de
individuos somete a toda una población a ser rehén de su apetito de
poder.
Se lamentaba Ellis de que en este momento, “no hay manera de ayudar a Venezuela sin que esto sea calificado de injerencismo”.
La última palabra, como comentábamos en el artículo anterior, la sigue teniendo Vladimir Padrino,
ministro de Defensa, que en los últimos días se ha convertido en un
experto en frases que no significan nada, pero que tienen lecturas muy
claras.
El viernes, Padrino señalaba que “se está pasando de la frontera de lo subversivo a la insurrección armada”. ¿De quién? Los jóvenes que dan sus vidas en las calles por salir de la dictadura tienen piedras, botellas y últimamente, excremento.
Esas no son armas ni se puede iniciar una insurrección con ellas; los
únicos capaces de una “insurrección armada” son los militares; y ese
mismo viernes, Henrique Capriles nos hacía saber que 85 miembros de la GN,
de rangos medios, estaban presos por negarse a cumplir órdenes
superiores. El ambiente, en este particular, cada vez está más
enrarecido.
Y ayer, lunes, Padrino señalaba (y cito una nota oficial del Correo del Orinoco,
periódico del Gobierno) que la Fuerza Armada Nacional “respalda la
convocatoria del presidente de la República, Nicolás Maduro, a una
Asamblea Nacional Constituyente, de acuerdo con los principios que
establece y rige la Carta Magna, por voto universal, directo, secreto y libre” (las itálicas son nuestras).
No hay voto “universal, directo, secreto y libre” en los primeros esbozos hechos por Maduro y Elías Jaua
(un personaje tan gris que ponerlo a dirigir el proyecto es
prácticamente matarlo antes de su nacimiento); la “Constituyente
Comunal” es un aborto que
muy pronto se mostrará inviable y que le costará al mandón los jirones
de popularidad que aún le quedan: nadie puede imponer un proyecto de
tanta envergadura con el rechazo de 90 % de su pueblo.
Si a esto se suma que la economía del país está entrando en una fase aún más crítica, tras 39 días prácticamente sin producción, con saqueos y cierres viales, ¿qué queda?
Para quien esto les escribe, pronto Nicolás Maduro va a intentar negociar cualquier cosa, de manera desesperada, y aceptar las dos o tres ofertas de salida con un salvoconducto que aún tiene, aunque si se tarda mucho, puede ser tarde para él.
Estamos en los albores de una salida. Es preciso prepararnos para lo
que sigue, porque no necesariamente tiene que ser bueno. Es allí donde
es preciso volver a leer a Evan Ellis y tratar de hacer una transición
ordenada y con apoyo internacional.