A varias cuadras de distancia se percibe el olor de la fruta
fermentada que sale de la casa de Orestes Estévez, una vivienda con la
fachada cubierta por una parra y a la que cada vez más personas llegan a comprar una botella o sólo un vaso de vino hecho de uvas, guayabas, berros o flor de Jamaica.
“El más popular sigue siendo el que hacemos de uva”, dijo a The
Associated Press Estévez, un hombre de 65 años que pasó de la vida
militar a empresario autodidacta y desarrolló su propia marca de vino
usando frutas tropicales y un ingenioso método de fermentación: tapar
los botellones con condones.
Tiene una pequeña fabrica en su casa donde tiene casi 300 botellones de 20 litros tapados con preservativos y de los cuales salen también vinos de jengibre, fruta bomba o remolacha.
Estévez, su esposa, su hijo y un ayudante contratado llevan adelante
la empresa. Compran las frutas o las cosechan, las maceran, las mezclan
con azúcar y levadura; y lo dejan reposar para luego trasvasarlo a las
botellas que fueron previamente hervidas, lavadas y etiquetadas con la
marca de la casa: El Canal.
La estancia más singular de toda la casa: decenas y decenas de
botellones burbujeantes por la levadura, todos cubiertos con condones
inflados por los gases de la fermentación.
“Cuando usted le pone un preservativo a un botellón es igual
que con un hombre, se para; y cuando el vino está, a eso no hay quien lo
levante”, dijo Estévez, en referencia a que al final del
proceso no hay más gases que hinchen el preservativo. “Entonces, es que
terminó el proceso de fermentación”.
La solución perfecta fueron los preservativos, aunque también hay que
saber hacerlo: “Si usted no lo pincha, ese globo sale disparado. Con
dos pinchazos, basta”, explicó el hombre sobre cómo eso permite que el
gas se deslice suavemente.
Entre un mes y 45 días se tarda en dar a luz un vino rústico, de
buena calidad y tan aromático como todo el olor dulzón a frutas
fermentadas que envuelve la casa de los Estévez.