A mediados de 1595, Miguel de Cervantes
se desempeñaba como recaudador de impuestos atrasados en Sevilla. A sus
cuarenta y ocho años, ya tenía una existencia aventurera digna de
contar: había luchado en la batalla de Lepanto en 1571 (donde perdió la
movilidad de la mano izquierda) y sufrido cinco años de cautiverio en el
norte de África tras ser capturado por piratas argelinos. En cuanto a
su faceta literaria, apenas llevaba escritas unas pocas poesías, una
novela pastoril titulada “La Galatea” y algunas obras de teatro.
Cervantes siempre manifestó
interés por las colonias españolas en América. Incluso intentó varias
veces, sin éxito, obtener un cargo de funcionario en el Nuevo Mundo.
Por lo tanto, es seguro que estuviera al tanto de las noticias que
constantemente llegaban a Sevilla desde el otro lado del océano. Según
algunos historiadores, es posible que Cervantes se fijara en una
insólita historia protagonizada por un anciano solitario enfrentándose a
numerosos piratas ingleses en una lejana provincia sudamericana y usara
dicha anécdota a la hora de escribir su libro más famoso años después.
Este 23 de abril, Día del
Libro y aniversario de la muerte de Cervantes, es la ocasión perfecta
para recordar a Alonso Andrea de Ledesma, el Quijote venezolano.
Piratas a la vista
A finales del siglo XVI la
ciudad de Santiago de León de Caracas, capital de la entonces Provincia
de Venezuela, tenía apenas tres décadas de fundada y estaba lejos de ser
la caótica urbe de nuestros días. En palabras del historiador José
Antonio Calcaño, Caracas “era para entonces un pueblo pequeño. Su forma
era más o menos la de un cuadrilátero de unos quinientos metros por cada
lado. Se podía andar de un extremo a otro de ella en diez minutos”.
Los habitantes de
esa pequeña villa no se habían preocupado por construir murallas
defensivas, pues creían que el Ávila, la montaña que los separaba
del mar, cumplía con creces esa función. No obstante, esto último no
resultó del todo cierto a finales de mayo de 1595, cuando Amyas Preston,
un corsario al servicio de la reina Isabel I de Inglaterra, arribó a
las costas de La Guaira con seis barcos y quinientos hombres.
Cuando la noticia se conoció
en Caracas, el entonces alcalde, Garci González de Silva, reclutó a los
mejores hombres de la ciudad y se puso en camino para repeler a los
invasores. González de Silva optó por enfrentar a los piratas en el
llamado “Camino de los Españoles”, una ruta reforzada con fortines que
por siglos fue la única vía de comunicación entre Caracas y el puerto de
La Guaira. En la ciudad solo quedaron unos pocos ancianos, mujeres y
niños. Muchos optaron por recoger sus pertenencias más valiosas y
esconderse en los montes cercanos.
Consciente de la resistencia
que enfrentaría en su ataque a Caracas, Preston optó por evitar el
Camino de los españoles y recurrió a un prisionero español apellidado
Villalpando, a quien amenazó de muerte si no lo ayudaba. Villalpando le
señaló una trocha poco conocida que subía el Ávila hasta Galipán y luego
descendía hasta un sector ubicado en la actual parroquia San José del
caraqueño municipio Libertador.
Preston logró esquivar a las
tropas de González de Silva y avanzó hasta tener la ciudad ante sus
ojos.Tras hacer ahorcar a Villalpando en un árbol, el corsario ordenó el
descenso a Caracas el 29 de mayo de 1595.
A partir de aquí el relato
de los hechos difiere según el bando que los cuente. Una fuente inglesa
mencionada por el historiador venezolano Arístides Rojas explica
escuetamente que Preston se apoderó de la ciudad a las tres de la
tarde “después de un pequeño tiroteo”. Pero autores españoles como fray
Pedro Simón y José de Oviedo y Baños relatan una historia distinta y
sorprendente: los hombres de Amyas Preston se encontraron ante el
espectáculo de un jinete solitario llamado Alonso Andrea de Ledesma,
quien se acercaba a combatirlos sin ejército alguno que lo respaldara.
El solitario a caballo
Ledesma había nacido hacia
1537 en la ciudad del mismo nombre, ubicada en la provincia española de
Salamanca. Con poco más de veinte años embarcó rumbo a América con su
hermano Tomé. Tras llegar primero a Santo Domingo, pasó a la actual
Venezuela, donde participó en la fundación de las ciudades de El Tocuyo
(estado Lara) y Trujillo (actual capital de la entidad venezolana
homónima).
En 1564, Ledesma figuró
entre el centenar de españoles que junto a Diego de Losada fundó
Santiago de León de Caracas, ciudad en la que nuestro personaje vivió
los restantes 28 años de su vida como propietario adinerado y ejerciendo
diversos cargos políticos y administrativos: alcalde, miembro del
cabildo, regidor y alguacil mayor.
Su vida hubiera finalizado
sin mayores incidentes de no haberse producido la invasión de Amyas
Preston. Para entonces Ledesma contaba con 58 años, un anciano para los
estándares de aquellos tiempos, lo que quizás supuso una razón de peso
para que no formara parte de las tropas que salieron de Caracas para
detener a los piratas.
Al estar la ciudad
desprotegida frente a los invasores, Ledesma consideró que era su deber
defenderla a toda costa, aunque no hubiera nadie más que él para
hacerlo. A juicio del historiador Walter Dupouy, el hidalgo
quizás recordó que en el escudo de su Ledesma natal figura un puente con
un único caballero, lo que pudo servirle de ánimo e inspiración. En
todo caso, Oviedo y Baños refiere que nuestro personaje, “aconsejado más
de la temeridad que del esfuerzo, montó a caballo, y con su lanza y
adarga (escudo) salió a encontrar al corsario que, marchando con las
banderas tendidas, iba avanzando hacia la ciudad”.
Cuando Preston contempló
aquel espectáculo de un anciano enfrentándolo con valentía, quedó tan
impresionado que ordenó a sus hombres que no le hicieran daño y lo
capturaran vivo. Pero Ledesma causó varias bajas entre los piratas con
su lanza, por lo que no quedó más remedio que matarlo con un tiro de
arcabuz en el pecho, “con lástima y sentimiento aún de los mismos
corsarios”, quienes sepultaron al caballero con honores militares en
reconocimiento a su temeraria acción. Luego, los invasores saquearon la
ciudad durante varios días antes de marcharse en sus barcos.
Meses después, un informe de
los hechos redactado por el hijo de Garci González de Silva llegó a
Sevilla, principal enlace entre España y América y donde por entonces
vivía Miguel de Cervantes, como se precisó más arriba. A juicio del
historiador Eduardo Casanova, existe una buena posibilidad de que
Cervantes haya conocido esta historia y quedado fascinado con su
excéntrico protagonista.
Diez años más tarde, el
escritor publicó la primera parte de “El ingenioso hidalgo Don Quijote
de la Mancha”, cuyo carismático caballero andante guarda no pocas
similitudes con Ledesma: también se llama Alonso, es de “lanza en
astillero y adarga antigua”, frisa “la edad de los cincuenta años”,
viste una armadura anticuada y no tiene escrúpulos a la hora de
enfrentarse en solitario a molinos de viento que toma por horribles
gigantes o a rebaños de ovejas que confunde con nutridos ejércitos.
"Porque la vida de Ledesma
es su muerte. Al morir, salvó su alma para la inmortalidad viva de la
historia. No hubiera salido, tomado del espíritu del Quijote, al
sacrificio estupendo, y las páginas de la historia lo mencionarían como
un número apenas entre los valientes capitanes que conquistaron la
tierra y empezaron la forja de la patria nueva", escribió en 1951 el
ensayista venezolano Mario Briceño Iragorry.
MICHAEL NISSNICK
Twitter: @mhnissnick
El Universal