El
señor Laborde se sintió aliviado cuando se fue a vivir al campo y
descubrió que la gente de allí no respetaba las leyes como en París. En
la capital no soportaba la “estúpida” ley que obstaculizaba su trabajo.
Un maldito “estatuto” que exigía que los cadáveres debían ser
enterrados… en vez de dejárselos a él.
En
realidad y en aquel momento, París era el único lugar de Europa que
mantenía activa aquella ley que exigía que el cadáver de una persona
ejecutada fuera transportado a las puertas del cementerio y se le
hiciera una especie de funeral simulado. En cambio, Jean Baptiste
Vincent Laborde pretendía que esos cuerpos fueran liberados rápidamente
para que estuvieran en condiciones de ser utilizados para su histórico
examen científico.
Lo de la rapidez no era una urgencia sin importancia. Unos minutos
podían separar el fracaso o el éxito para el estudio de aquellos cuerpos
sin cabeza. Su trabajo partía de una pregunta tan sencilla como
perturbadora:
¿Durante cuánto tiempo es consciente nuestro cerebro tras ser decapitado?
La vida después de la guillotina
El objetivo de Laborde era averiguar cuánto tiempo podría “vivir” o
funcionar la cabeza de una persona después de haber sido cortada del
torso. Desde la introducción de la guillotina en Francia en 1791 como un
método supuestamente justo y humano de ejecución, se había planteado la
cuestión de lo cruel que podría ser en realidad.
Algunos expertos médicos afirmaron que la conciencia y la capacidad
de sentir dolor aún estaban presentes incluso un cuarto de hora después
de que la persona hubiera sido decapitada. Fue curioso, porque realmente
se trataba de un tema tabú hasta entonces, el del momento preciso de la
muerte, y de repente pasó a ser un tema candente incluso para la
literatura. Contaba Víctor Hugo en El último día de un condenado que el
prisionero que iba a morir escribía en su diario:
Una vez que se ha hecho el acto, se dice que hay un fin para todos
los sufrimientos pero, ¿Cómo pueden estar seguros? ¿Quién les dijo eso?
¿Quién oyó hablar de una cabeza cortada balanceándose en el borde de la
cesta y gritando a la multitud reunida: “¡No dolió ni un poco!”?
En otra novela de la época, Le Secret de l’échafaud, de Villiers de
l’Isle-Adam, el cirujano Armand Velpeau intenta disipar toda
incertidumbre al hacer un pacto con el condenado, el doctor
Edmond-Desire Couty de la Pommerais. El hombre le dice que después de
ser decapitado el médico debe responder a una señal que acordarían y
guiñar tres veces el ojo… si es que todavía está consciente en esta
etapa.
Obviamente, todas estas escenas sólo eran ficción en la imaginación
de los novelistas. Pero lo cierto es que utilizando métodos un tanto
“peculiares” los científicos habían intentado durante mucho tiempo
responder a la cuestión del momento exacto de la muerte. En algunos
casos las cabezas decapitadas fueron golpeadas, mientras que en otros
los investigadores les gritaban o decían su nombre esperando una
reacción.
La técnica de Laborde fue un poco más original. El hombre ya había
intentado varias veces conectar cabezas humanas cortadas al sistema
circulatorio de un perro vivo, pero los preciosos minutos que se
perdieron gracias a la “estúpida ley” fueron un factor clave.
Sin embargo, Laborde era un hombre de ciencia, tanto, que incluso
para no desperdiciar ni un momento el hombre llegó a esperar una vez en
las puertas del cementerio a un coche fúnebre que le iba a entregar el
cadáver de un criminal decapitado. El médico comenzó a operar sobre la
cabeza aún caliente durante el viaje de regreso a su laboratorio.
La cabeza que habla
Por tanto, fuera de la capital las cosas iban a ser mucho más
simples. Así fue como un buen día Laborde se encontró de pie en la plaza
del pequeño pueblo de Troyes, a 150 kilómetros al este de París. Era el
2 de julio de 1885 y nuestro hombre estaba esperando ansiosamente la
ejecución de un asesino con el nombre de Gagny. Seis meses antes, en la
granja Gloire-Dieu, Gagny y un cómplice habían asesinado al dueño, a su
madre y a su doncella.
Con el apoyo de un médico de Troyes y la aprobación del alcalde de la
ciudad, Laborde tomó posesión de la cabeza de Gagny siete minutos
después de su ejecución. Rápidamente estableció la conexión de su
arteria carótida izquierda con la de un perro grande. A través de la
carótida derecha de la cabeza del asesino planeó introducir sangre de
buey caliente con una jeringuilla.
Laborde estaba frustrado en este punto. El médico había percibido que
las guillotinas no estaban tan bien mantenidas como las de la ciudad.
El corte había sido mal ejecutado y el tejido de la víctima estaba
aplastado y lacerado, lo que hacía extremadamente difícil localizar las
arterias carótidas.
Sin embargo (y aquí les pedimos que se imagen mentalmente la
situación), incluso sin mantener un flujo de sangre y sosteniendo una
vela en frente de los ojos de la cabeza, esta todavía producía un
efecto: las pupilas se estrecharon. Finalmente y después de 20 minutos,
la transfusión doble parecía funcionar. El efecto se notó de inmediato.
Según recogió el médico:
El lado izquierdo especialmente, el que estaba siendo suministrado
con la sangre del perro, tomó un tono purpúreo, lo que sorprendió a los
que no habían presenciado mis experimentos anteriores.
A través de agujeros que había perforado en el cráneo Laborde comenzó
a aplicar descargas eléctricas al cerebro. Pero incluso cuando aplicó
la carga máxima, no sucedió nada. Según explicó: “A medida que pasaba el
tiempo las caras de muchas personas comenzaron a registrar decepción”.
Impávido, Laborde perforó nuevos agujeros. Fue a través de uno de
estos, uno a la derecha, cuando tuvo suerte: la estimulación eléctrica
del cerebro en este punto provocó espasmos musculares en el lado
izquierdo de la cara. Cuarenta minutos después de la ejecución escuchó
chasquear los dientes de la cabeza. Más tarde incluso oyó hablar a la
cabeza en un idioma extraño.
Los conocimientos obtenidos por estos macabros experimentos no fueron
suficientes. Según Laborde, estos mostraron que el cerebro permanece
activo después de la muerte el doble de tiempo, tanto si se administra
la sangre como si no.
Sin embargo, Laborde jamás descubrió las implicaciones que esto
podría tener para una persona que ha sido ejecutada. Porque lo cierto es
que el médico jamás supo si una cabeza decapitada todavía retiene la
conciencia y, si es así, durante cuánto tiempo.