Hace más de cien años, la industria de alimentos estaba regida por el
caos. No existían los requisitos de etiquetado, ni pruebas de seguridad
ni una buena información sobre los riesgos de la inclusión de
aditivos.
En la década de 1880, por ejemplo, los mercados de
Estados Unidos estaban repletos de productos de mala calidad e incluso
directamente perjudiciales.
Sin control gubernamental, los productores sustituían con ingredientes más baratos aquellos que aparecían en las etiquetas.
La
miel era diluida con sirope de glucosa o el aceite de oliva se
producía, en realidad, con semillas de algodón, relata en su página web
la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA,
por sus siglas en inglés).
La situación requería un cambio, y gran parte de esa reforma es hoy en día atribuida a un científico llamado Harvey Washington Wiley.
Wiley,
fichado por el Departamento de Agricultura como su químico jefe,
persuadió al Congreso de Estados Unidos para que financiara con US$5.000
un proyecto para examinar los efectos de componentes químicos y
alimentos adulterados sobre el cuerpo.
Wiley organizó en
1902 un grupo de 12 voluntarios jóvenes y sanos que para que probaran en
su propio organismo los efectos de esas sustancias potencialmente
perjudiciales.
Y aunque él bautizó el proyecto como "los ensayos para una mesa higiénica", fue un reportero del Washington Post el que encontró para ellos el nombre de "Escuadrón del Veneno", como explicó en un artículo en 2013 la revista Esquire.
El
experimento se llevó a cabo en un sótano de la que era por aquel
entonces la Oficina de Química del Departamento de Agricultura de
Estados Unidos y los voluntarios empezaron a ingerir sustancias
potencialmente peligrosas.
"Cada grupo de 12 hombres
[fueron reclutando más a lo largo del experimento] probaba un
conservante, y en los cinco años nunca faltaron voluntarios", afirma Carol Lewis en un artículo publicado en 2002 en la revista FDA Consumer.
La comida consistía en platos típicos como
pollo asado, estofado de ternera, espárragos con mantequilla, bollos
calientes y pasteles de frutas frescas con café y crema.
Pero lo que hacía única a esta dieta es que uno de esos platos incluía una sustancia de prueba elegida por Wiley, de una lista de conservantes altamente sospechosa utilizada a menudo en los alimentos.
A pesar del riesgo para su salud, todos los voluntarios firmaron exenciones absolviendo al gobierno de la responsabilidad por los posibles efectos secundarios por su participación en el programa, incluyendo la muerte.
A cambio, ninguno recibía una paga extra, sólo tres comidas diarias ricas en aditivos.
Experimento
Antes de cada comida los miembros debían pesarse, tomarse la temperatura y comprobar la frecuencia del pulso.
También se analizaban las heces y la orina junto a exámenes físicos semanales.
"El
objetivo era determinar hasta qué nivel los químicos eran retenidos,
expulsados o modificados en sus organismos y si algunos síntomas podían
ser atribuidos a ellos", explicó Dale A. Stirling en un artículo en la
revista Toxicological Sciences.
El primer ingrediente sospechoso que puso a prueba Wiley fue el bórax,
un mineral que a principios de 1902 era uno de los conservantes más
utilizados en alimentos y que hoy en día se utiliza en detergentes y
pesticidas así como joyería, pinturas, vidrio e incluso para adulterar
heroína.
Poco después se dieron cuenta que el bórax era el causante de numerosos dolores de cabeza, bajas de temperatura, náuseas y dolor abdominal.
Los
experimentos fueron seguidos con gran interés por el público después de
que el "Escuadrón del Veneno" se hiciera popular entre los medios.
Tras
ver que los periodistas se las arreglaban para entrevistar al cocinero
por la ventana de los bajos del edificio, Wiley empezó a dar a la prensa
todos los detalles de su estudio.
En los experimentos también se
examinaron los efectos del ácido bórico, el sulfato de cobre, el
nitrato de potasio, la sacarina, el ácido sulfúrico y el formaldehido,
entre otros.
El científico, según el artículo de FDA Consumer,
puso fin a sus experimentos cuando algunos de los comensales se
pusieron tan enfermos que ya no podían llevar a cabo ninguno tipo de
trabajo debido a los vómitos, náuseas y dolores de estómago que sufrían.
Pero los resultados científicos de sus pruebas no fueron muy
concluyentes, y Wiley acabó admitiendo que en muy pequeñas dosis, esos
conservantes podían ser inofensivos, aunque insistió en que era su
acumulación y la falta de control sobre ellos lo que podía suponer un
peligro para la salud pública.
Al final, sus esfuerzos y la valentía de los voluntarios dieron sus frutos.
En 1906, el Congreso aprobó las primeras leyes destinadas a la regulación de los procesos alimenticios.
De
las decenas de hombres que participaron del estudio, solo uno de ellos,
Robert Vance Freeman, falleció durante los experimentos.
Ocurrió
en 1906 y la causa fue tuberculosis, que de acuerdo con todos los
estudios no podía haber sido provocada por los ensayos.
El resto de los participantes conservaron un buen estado de salud.
El último que murió, William O Robinson, lo hizo a los 94 años, en 1979.