Durante
un tiempo había un continente cuya soberanía no estaba resuelta. Esto
dio lugar a la disputa de sus territorios y a todo tipo de tretas para
reclamarlo. Así fue como comenzó una propuesta insólita por parte de los
argentinos: procrear con el fin de usar al bebé como hijo legítimo de
la Antártida.
Pocos
lugares en el planeta han dado para tantos reclamos y controversias. De
hecho, actualmente existen hasta siete países que mantienen
reclamaciones territoriales sobre partes de la Antártida: Argentina,
Australia, Chile, Francia, Nueva Zelanda, Noruega y el Reino Unido. Se
trata de los siete países cuyas instalaciones de observación y estudio
científico se encuentran dentro del continente. Fuera de los
reconocimientos mutuos que algunos de estos países tienen entre sí, la
cosa es aún peor. Ningún otro país reconoce las reclamaciones
antárticas.
El 1 de diciembre de 1959 se produce probablemente el hecho más
relevante en cuanto a la soberanía de la Antártida: se firma el Tratado
Antártico, es decir, aquel que regula las relaciones internacionales con
respecto al continente (actualmente con 52 países adheridos).
Precisamente en su artículo IV el tratado se refiere a la cuestión de
las reclamaciones territoriales. En el mismo especifica que las
reclamaciones anteriormente presentadas no son afectadas por el tratado,
no las legitima ni las invalida.
El tratado se puso en marcha en el 61 y exponía tres puntos a
tener en cuenta para todas aquellas nuevas reclamaciones posteriores al
mismo:
Ninguna actividad a partir de 1961 puede usarse como argumento para una reclamación territorial.
No puede realizarse ninguna nueva reclamación territorial.
No se puede extender ninguna de las reclamaciones territoriales existentes.
Obviamente, esto no ha sido un impedimento para que esas luchas por las reclamaciones del territorio no se hayan dado.
No puede realizarse ninguna nueva reclamación territorial.
No se puede extender ninguna de las reclamaciones territoriales existentes.
Obviamente, esto no ha sido un impedimento para que esas luchas por las reclamaciones del territorio no se hayan dado.
Los seres humanos no llegaron a la Antártida hasta 1821, cuando el
cazador de focas americano John Davis supuestamente hizo el primer
aterrizaje antártico en 1821 (y al que le siguió un marinero británico,
James Waddell en 1823). Dado que el continente no tenía población
indígena, era sólo cuestión de tiempo hasta que un político pensase que
registrar un nacimiento indígena sería un acto de soberanía.
Procrear para reclamar un continente
Ocurrió a finales de la década de los 70, casi 20 años después de que
se firmara el tratado y en un momento donde los políticos decidieron un
plan insólito. Dicen que la historia comenzó tras una visita del
presidente chileno Pinochet a la Antártida, el hombre venía a decir tras
su visita que Chile tenía el dominio en la región, y las palabras de
Pinochet retumbaron con fuerza en Argentina.
Varios meses después, a finales de 1977, Silvia Morello de Palma fue
enviada por el gobierno a la Base Esperanza de Argentina en la
Antártida. Silvia estaba embarazada de siete meses y formaba parte del
plan trazado. El 7 de enero de 1978 nacía en la base Emilio Palma. Se
trataba, tal y como informaron los medios argentinos, de “la primera
persona en la historia conocida por haber nacido en el continente de la
Antártida”.
Dado que el continente no tenía población indígena, era sólo cuestión
de tiempo hasta que un político pensase que registrar un nacimiento
indígena sería un acto de soberanía
Así que Pinochet pudo haber inspirado un embarazo muy poco
convencional en Argentina, quizás el más extremo de las medidas que se
habían tomado hasta ese momento en las disputas de las tierras gélidas.
¿Qué ocurrió? Que aquella acción se la tomó muy en serio Chile, quién
acabó enviando a las parejas recién casadas a su propia base Antártica
para reclamar el “primer bebé concebido y nacido en el territorio”.
En realidad, lo ocurrido con el bebé Emilio forma parte de una
tendencia que se dio por aquellas fechas. Un año después de su
nacimiento, en 1979, Argentina creaba un sello donde se apreciaban dos
niños mirando un mapa de la nación que incluía la supuesta porción de la
Antártida. De hecho, en Argentina se tomaron tan en serio el tema de
los reconocimientos que era ilegal mostrar un mapa que no incluyera las
Malvinas, las islas del Atlántico Sur y la sección de la Antártida que
la nación reclamaba como suya.
¿Quién tiene razón?
Como decíamos al comienzo, lo cierto es que el artículo IV del
Tratado Antártico ya estipulaba que no podían formularse nuevas
reclamaciones. Quizá por ello, muchos analistas han acabado hablando de
una disputa (entre Chile y Argentina) que tiene que ver más con un
argumento emocional y de orgullo nacional.
Lo cierto es que se trata de una situación legal única… por la falta
de ella. Argentina y Chile, y en menor medida Reino unido, han sido con
mucho los países de ese reducido grupo de “siete” que han tratado de
encontrar argucias fuera del tratado. Todos estos países afirman que la
Antártida les pertenece y que lo único que falta es firmar papeles,
definir los límites y establecer fronteras. La legitimidad en sus
afirmaciones está vinculada a la competencia sobre quién puede hacer
investigaciones científicas en la región.
Chile acabó enviando a las parejas recién casadas a su propia base
Antártica para reclamar el “primer bebé concebido y nacido en el
territorio”
Un bucle donde no se vislumbra un final, ya que el resto de países
del planeta no es que no estén por la labor, es que ni siquiera
participan de las trifulcas, mucho menos se posicionan. Ya en la década
de los 1940 comenzaron a darse episodios ciertamente cómicos entre estos
tres países con la colocación de banderas y el posterior robo de la
misma.
Una de las más recordadas ocurrió en 1942, momento en el que una
expedición argentina dejó una bandera para marcar su toma de posesión en
Isla Decepción de la Antártida. Dos meses después un barco británico
destruía la evidencia y “plantaba” su bandera notificándolo a Argentina.
Otros dos meses después un buque argentino hacía lo mismo con la
bandera british.
Un tema, el de las banderas en la Antártida, donde Francia y Nueva
Zelanda se llegaron a unir al “trío” con el diseño de banderas
especiales para sus respectivos territorios antárticos. Y no sólo
banderas, en las últimas décadas ha habido un montón de nombres y
(re)nombres de los mismos sitios dependiendo de la nación que te cuenta
la historia.
¿Quién tiene razón entonces? Probablemente la respuesta más sencilla
sea que ninguno si tenemos en cuenta que no existe reconocimiento del
conjunto de naciones que conforman el planeta. Con todo, Argentina es
quizás el país que tiene el componente histórico más arraigado, ya que
la base Orcadas fue establecida en 1904 y fue la primera base habilitada
permanentemente del continente (y la única en 40 años). Además, también
cuentan con el primer aeropuerto en la zona en 1969 (Marambio).
Obviamente Chile también tiene un argumento de peso cuando dice que
sólo Argentina y ellos pueden reclamar una península que geológicamente
es una continuación de la Cordillera de los Andes que recorre sus
fronteras.
Así que estamos ante una de esas situaciones que sólo los seres
humanos somos capaces de crear (y esperemos que algún día de encontrar
una solución). En cuanto a ese insólito plan que tuvieron los argentinos
(y posteriormente los chilenos) para procrear y reclamar un continente,
lo mejor que podemos decir es que el pequeño Emilio Palma ahora tiene
39 años, es analista de sistemas y vive feliz de la vida… en Buenos
Aires.
Fuente: gizmodo / MF