Muchos han sido los que se han
pronunciado en contra del director de orquesta venezolano, Gustavo
Dudamel, quien en una entrevista publicada recientemente por el diario
El País de España, no quiso pronunciarse sobre la situación actual de
Venezuela.
Insultos de todo tipo han circulado por las redes, especialmente de aquellos partidarios de la derecha venezolana.
El escritor y periodista Ibsen Martínez
publicó este martes 3 de diciembre, en ese mismo periódico ibérico un
artículo de opinión titulado Dudamel, en el que expresa todo su odio
hacia el Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de
Venezuela y hacia el director venezolano.
En el texto Martínez señala, “su figura
suscita en mí una abominación que no emana de su persona, ni de su
desempeño en el podio, sino de esa estafa continuada, esa colosal
superchería populista, emanación del corrupto petroestado venezolano que
desde largo tiempo antes de Chávez se conoce como El Sistema”
El Sistema de Orquestas, fundado hace 41
años, cuenta en sus filas con gran cantidad de niños y jóvenes que se
forman como músicos y que ha permitido alejar del mal camino a muchos de
ellos.
Este es el texto completo del referido artículo:
Dudamel
Por largo tiempo sesionó en Caracas, en
los años setenta del siglo pasado, una peña de melómanos a quienes unía
un sectario fervor por el ya para entonces desaparecido director de
orquesta alemán Wilhelm Furtwängler. Se reunían regularmente en casa de
alguno de los frates y sorores de la secta a escuchar raras selecciones
de la vastísima discografía del gran maestro beethoveniano. Las más
celebradas eran aquellas grabadas antes o durante la Segunda Guerra
Mundial en la Alemania nazi.
No se crea, sin embargo, que los
miembros de aquel club eran criptonazis latinoamericanos. En absoluto:
eran todos gente de ideas en extremo liberales a quienes el presunto (y
todavía bastante debatible) pasado nazista de Furtwängler tenía por
completo sin cuidado. Les interesaba mucho más dar con una copia de,
pongamos, el concierto en Re menor, op. 61 de Beethoven, grabado por la
Filarmónica de Berlín con Eric Rohm como solista y dirigida por el
egregio, insuperable Furtwängler, en enero de 1944.
Fui invitado unas cuantas veces a esas
veladas a las que dejé de ir porque el ritual y la unción con que
escuchaban aquellas crepitantes grabaciones de preguerra me resultaban
ridículos.
Uno de los fundadores de la secta,
hombre acaudalado de quien se decía que no podría reconocer el la en un
pentagrama, se las apañó en más de una ocasión para patrocinar
presentaciones privadas de alguna agrupación sinfónica local a cambio de
subir al podio, batuta en mano, transfigurarse en una mímesis caribeña
de Furtwängler y dirigir la obertura de Fidelio. Aún hoy me pregunto qué
pensarían de aquel enajenado los músicos de la orquesta.
En cuanto a Herbert von Karajan, de
quien sí consta su nazismo (llegó a prologar muchos de sus conciertos
con el Horst Wessel Lied, himno del partido nazi, en versión orquestal),
aquellos adeptos de Furtwängler se referían a él como si de un mediocre
intérprete de perico ripiao dominicano se tratase. Les importaba un
bledo si Von Karajan había sido o no miembro de las SS. Al lado de su
admirado Furtwängler, Von Karajan se les antojaba un musicastro de
aldea, y sanseacabó. En ese juicio, desde luego, ningún melómano que se
precie de serlo podría acompañarlos.
He recordado a la peña de los
furtwänglerianos caraqueños escuchando el concierto de Año Nuevo que en
Viena condujo, días atrás, el controvertido director venezolano Gustavo
Dudamel.
Estoy seguro de que, de haber escuchado
la versión de la Sinfonía Fantástica de Berlioz que, en 2008 (acaso uno
de sus mejores años, hasta ahora), grabó Dudamel para Deutsche
Grammophon con la Filarmónica de Los Ángeles, de la que es director
titular, también les habría importado un bledo que el joven poster boy
del llamado Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela
fuese o no chavista en lo profundo de su ser. Me apresuro a decir que a
mí tampoco, y que suscribo todos los elogios que, por citar solo una
opinión autorizada, Kurt Masur (uno de mis favoritos desde mucho antes
de dejar Masur la Gewandhaus de Leipzig) derramó cuando escuchó por vez
primera dirigir a Dudamel.
Sin embargo, como tantos demócratas
compatriotas suyos, melómanos o no, su figura suscita en mí una
abominación que no emana de su persona, ni de su desempeño en el podio,
sino de esa estafa continuada, esa colosal superchería populista,
emanación del corrupto petroestado venezolano que desde largo tiempo
antes de Chávez se conoce como El Sistema.
Confío en poder ventilarla en el curso de este 2017 que a todos deseo trate mejor que el año pasado.
¿Qué tal la semana que viene?
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