Ciudad de México. Interior, hotel. Final de tarde. Autos pasan por la
Avenida Álvaro Obregón. En el sonido ambiente se escucha a Soda Stereo.
Como si fuese a pedido, suena “La ciudad de la furia”.
—¿Estuviste con Trump? —bromea, azuza, jode, el conserje al gerente, que viene en chinga del restaurante.
—No, con el pendejo de Peña Nieto —se cabrea el otro, que siguió la
conferencia de prensa en las pantallas del comedor—. ¿Sabes? Es nuestra
culpa. Así somos, güey. Nos encanta que nos traten como nos tratan.
—Peña Nieto lo defiende a capa y espada —dice la administrativa, tras el front desk, a un lado del conserje.
—Cuando se vaya, si es presidente —teoriza el otro—, Trump lo va a ayudar en algo. A Peña. ¿No que no?
—Es un verdadero pelmazo —dice la chica, decidida.
—Sí —aceptan los dos tipos.
—Exacto —suma un pasajero, recién llegado—. ¿Hay cuartos?
El conserje dice que no, aunque no parece hablar del hotel:
—Ya no queda nada.
*
Los hechos:
Donald Trump tuitea que va a México invitado por el presidente.
Enrique Peña Nieto, y la cuenta oficial de su presidencia, tuitean,
después, que es así: cursó invitación a Trump y Hillary. Twitter se
incendia. Trump ha insultado a México y los mexicanos durante un año.
¿Para qué invitar a Biff Tannen a que venga a hacerlo en tu casa? No hay broma que logre sacarme del estado de whaaaat.
Los hechos:
Trump llega a México, donde hay medidas de seguridad como para
detener, juntos, a los rebelados de la Revolución Francesa, el Octubre
Rojo y la Primavera de Praga. Y no pasa nada: lo que más hay en las
calles, por haber algo, son periodistas consternados o cagados de la
risa. Ha llegado Trump y nadie sabe muy bien por qué EPN hizo lo que
hizo, jugar al anfitrión no pedido. Whaaaat.
Los hechos:
EPN y Trump, perfectos símbolos de qué sucede cuando se pone más
empeño en adornar la cabeza por fuera que por dentro, mantienen una
reunión privada. Luego se paran tras atriles frente a los periodistas y
dicen. O amagan que dicen. Dicen nada, casi nada. Hubo tensión de previa
de pelea por el campeonato mundial de los pesados, pero ahora, en las
pantallas, apenas están dos hombres poco dotados —uno presidente, otro
aspirante— odiados por millones de personas en sus países.
Ambos leen, y es por control de daños: cualquiera podría suponer que, sin un script
bien trabajado, un desliz de sus habilidades retóricas —muy escasas de
este lado del Río Grande, muy traicioneras del otro— podríaacabar en la
Tercera Guerra Mundial.
Tuiteo, facebooqueo, me burlo —o tal vez no:
“—You said I was Hitler!
—¡Nos dijiste violadores!
(Silencio.)
—Ok, what do we do?
—¿Hablamos de malentendidos?
—Let’s call it a day.
—Órale.”
*
En 2015, Bob Gale, su autor, dijo que cuando creó a Biff Tannen en su cabeza estuvo, siempre, Donald Trump.
(Querido millennial: Tannen es el bully de “Volver al futuro”,
una película simpaticosa donde la gente se viste horrible —esos tenis,
McFly, por Dior— y de la que sólo ha de interesarte que fue la primera
donde a alguien se le ocurrió poner algo parecido a un skate volador.)
Biff Tannen —Trump— es un gringo enorme, de cabeza de toro y frente
de Hell Boy, físicamente grasoso como un aspirante a defensa de los
Green Bay, tan mal vestido como McFly pero peor peinado. Es brutal,
ignorante, agresivo. Es irrespetuoso y parece creer que el maltrato es
la única forma posible de relación. Un burro con ganas. Un idiota al que
los demás, sus seguidores, le festejan las chanzas aberrantes. Un
idiota al que los demás, sus seguidores, le han dado el poder.
Sea que Bob Gale lo tuviese o no en mente para dar el physique du role,
Trump —Tannen— llegó a México como si lo hubiera llamado a su oficina
el director de la escuela. Pongámoslo así: resulta que Tannen se ha
pasado todo un año compitiendo para ser el presidente de la clase, pero
que no encontró mejor manera de hacerlo que pasearse por los pasillos
empujando gente a su paso y escupiendo sobre los demás candidatos. Desde
el día uno, además, pintó graffitis insultantes sobre una buena
cantidad de miembros de la comunidad escolar: los mexicanos, unos chicos
musulmanes, sus compañeras en general, la alumna aplicada que parece
que puede ganarle. Todo mundo suponía que el director de la escuela lo
llamaría para expulsarlo o al menos amonestarlo con firmeza, pero la
sorpresa fue mayúscula cuando vieron a ambos, de pie en el salón de
actos, listos para dirigirse a todos. Biff Tannen tenía la cabeza gacha y
las manos enlazadas delante del cuerpo, y nadie podría jurar si estaba
temeroso de que lo fueran a destrozar en público o si sólo sonría para
sus adentros porque sabía que nada que dijeran traspasaría su piel.
Debajo, todos esperaban el desahucio del bully mayor, pero el
director, cero: nada. Concilió. Dijo que había diferencias,
malentendidos, que él estaba allí para defender a todos sus alumnos. La
estudiantina se miraba sin entender. Whaaat. Cuando llegó su
turno, Tannen ni siquiera se disculpó —por nada y con nadie— y hasta dio
a entender que seguiría haciendo lo que hacía y como lo hacía. Media
humanidad se quedó murmurando sin entender bien qué había sido aquello
—otra porción tenía los ojos en otra escuela, al sur, donde estaban
despidiendo malamente a la directora, una tal Dilma.
Tannen, en tanto, dejó al director sonriendo sin chispa y con cara de
estar medicado, abandonó el edificio, cruzó el río cercano y se apostó
en un bar con su pandilla. Allí celebraron y planearon la próxima
canallada. Biff Tannen —Donald Trump— se salía con la suya otra vez.
Estaba exultante. Mientras el director no lo veía, contó a sus amigos,
hasta se dio el gusto de orinar en el patio trasero de la escuela. Para
ser preciso, sobre Los Pinos.
*
(Pausa. Viví casi siete años en México: lo quiero. No pude apropiarme
de la muerte de su alma, Juan Gabriel, pero puedo entender cómo su
presidente ha vendido su honra. Es humillante, enojoso, intratable. Lo
que resulta tan ofensivo es que Peña hizo algo que, a la luz de los ojos
ajenos, ni un imbécil —por incapaz—, ni un niño —por inocente— harían.
El resumen de la torpeza: EPN se entregó a Trump sin que nadie se lo
pida. Como esos obnubilados participantes de un show de TV con premios
se rifó lo poco que le quedaba a la ruleta rusa a pesar de que la
audiencia entera —nooooooo, noooooooo— le avisaba que saldría mal. Fin
de la pausa.)
*
Un poco de análisis, a ver.
Improvisación o pésimo cálculo político, la invitación de EPN a Trump
no tenía sentido. Al menos, no ahora, al menos no sin jerarquizarla
—primero Hillary, luego él. No eran los tiempos internos ni externos.
EPN tenía frente a sí su discurso sobre el estado del país. Está en el
peor momento de su carrera política —23% de apoyo, ¿más abucheos gratis?
Gimme a break— y los ciudadanos están indignados por la
corrupción, violencia, inoperancia y que me importismo. Al otro lado del
Río Grande, Trump es intragable para la mitad del país, su campaña
electoral es un desquicio manejado por los segundos de la gavilla de
Biff Tannen y la posibilidad de que llegue a la presidencia de Estados
Unidos, según las encuestas, parece sujeta —no a un milagro sino— a la
aparición del mismísimo demonio.
Por eso al saber de la invitación, todo México recordó a Juan Gabriel: ¿qué necesidad?
Las especulaciones eran inacabables, como si una fiebre se hubiera
apoderado de Twitter y el runrún usual de chistes y aforismos hubiera
dejado lugar al desafuero del griterío de todos a la vez. Si EPN buscaba
distraer el frente interno con un muro de humo llamado Trump, no hizo
sino crear una nueva crisis, y peor, adicional a las precedentes. Los
Pinos se convirtió en un resort casual de Trump Entertainment.
El Agente Naranja madrugó a todos. El martes 30 a las 9.33 pm de
México tuiteó que aceptaba la invitación de EPN a visitarlo en México,
pero nadie sabía de qué invitación hablaba porque, hasta entonces, no
había tal. Al menos, no una conocida. Una hora después, EPN se vio en la
necesidad de tuitear que había invitado a ambos candidatos. Peña
intentó contener el daño, pero el barco ya derivaba. En su tuit, Trump
pegó dos veces: no sólo aceptó en público una invitación que tenía
destino privado, sino que, además, dijo que iría al día siguiente, el
miércoles, cuando nadie lo esperaba. Carajo. ¿Y ahora?
La invitación de EPN había sido protocolar —las campañas las analizan
con tiempo—, pero Trump, fidelísimo a sí mismo,prepoteó a todos. La
hizo pública, se autoinvitó con fecha y cayó a México como esas gentes a
las que no toleramos y que debemos invitar por compromiso pero no
queremos que aparezcan jamás, y entonces llega la noche en que suena el
timbre y están al otro lado de la puerta, con una botella de vino malo
en una mano y la maleta para varios días en la otra.
Entonces, ¿qué necesidad?
La única ganancia política esperada para EPN era un reclamo vehemente
y una demanda de disculpas de Trump para su país y sus habitantes.
Durante un año, Trump ha hecho de México y los mexicanos su tarro de
basuras retóricas. El gobierno de EPN decidió mantener distancia por
algún tiempo bajo la idea —excusa— de no intervenir en los asuntos
internos de Estados Unidos, pero un día alguien puso un micrófono
demasiado cerca de Peña Nieto y él, que no lee y tampoco habla bien
—ergo, no piensa demasiado mejor—, sugirió que Trump era algo parecido a
Hitler. Provocación es todo lo que Trump necesita. Tras eso, él
insistió con su idea del muro fronterizo que pagaría México, la
deportación masiva y a mansalva de migrantes indocumentados, la
penalización de las remesas de su vecino, la revisión del NAFTA y la
aplicación de aranceles comerciales tan grandes —yuuuuge— que las empresas estadounidenses pensarían dos veces antes de mudarse al sur a instalar sus fábricas.
Pero nada sucedió en Los Pinos. Al menos nada bueno.
En la conferencia de prensa, EPN humilló a México. Nada más
necesitaba decirle a Trump que debía disculparse, y no lo hizo. Hubiera
sido una imagen poderosa, reivindicadora. Y no. Decía el historiador
Enrique Krauze: “A los tiranos los confrontas, no los apaciguas”.
Y no.
Los discursos de reuniones presidenciales suelen ser piezas
protocolares filtradas por la diplomacia, experta en tamizar el sudor y
escurrir la sangre de las palabras hasta que sólo queda un ejercicio de
oratoria de misa en latín, incomprensible, denso y soso, una carcasa
vacía de toda sustancia: un discurso hecho de una capa de palabras sobre
otra con el único fin es decir nada, el anti discurso.
Pero justo ahí, en medio, porque las palabras nunca son inocentes
sino perras que hay que domesticar, se coló la peor derrota:
“Malentendidos”, dijo Peña, y la fregó. EPN redujo los insultos de Trump
a un problema de entendimiento. En un malentendido alguien asume algo
del otro que no es correcto, pero puede que no lo haga con mala
intención. EPN consideró que la xenofobia y racismo de Trump —dirigido a
los ciudadanos que él debe defender— eran un error momentáneo, tal vez
sin mala voluntad, producto de mala asesoría, un problema de
comunicación, una distracción. El mayor enemigo de México no era tal
sino un señor alguien confundido.
En un momento crítico como éste su discurso no tuvo músculo ni
tendones ni huesos. Papilla para bebés. Un tiempo atrás, Barack Obama
humilló al presidente de México cuando cuestionó el populismo y, desde
entonces, EPN parece incluso más disminuido que sus interlocutores,
todos tipos de físico imponente. El gesto importa en política y, ante
Trump, EPN no parecía agraviado sino sumiso: una derrota corporizada.
El gesto de Trump, en cambio, parecía de estudiante reconvenido que
espera a que acaben la perorata del acto patriótico para irse de juerga
otra vez. Trump, el señor algo confundido, era Biff Tannen convocado por
el director. Se aburría. The Orange One was not amused. Sin
reprimenda, parecía fuera de sitio, como si necesitase que lo atacasen
para estar en su propia salsa, floreándose con insultos y chanzas. Trump
escuchó a Peña con la cabeza gacha, en otro lado: no tenía que pensar
nada para decir, pues leería un discurso algo menos abúlico que el de
EPN. Sentados al borde de la silla,con las uñas clavadas en el tapizado,
todos esperamos el exabrupto y la brutalidad escupidas por la boca de
pez de Trump, pero apenas repitió sus adjetivos habituales
—aumentativos, grandilocuentes: fabulous, tremendous, tralalá— y acabó enterrando la pizca restante de gallardía de EPN llamándolo, en la última frase del discurso, su amigo.
Las líneas generales de los discursos han de haber estado acordadas
de antemano —simple suma matemática: menos de dos horas de reunión para
discutir y negociar alguna posición sobre los temas trascendentales—,
pero aún en su anomia el de Trump fue más decidor. Trump pasó de su
tradicional “America First” a defender un “North America First” y,
luego, palabras más o menos, a “let’s keep the jobs in this hemisphere”.
Quien quiera hilar fino supondría que Biff Tannen es capaz de algún
aprendizaje. En el discurso, EPN desgranó los detalles del comercio y la
relación económica y social entre México y Estados Unidos y es
previsible que Trump tome nota de que su retórica inflamable e irreal no
puede con la crudeza de algunos datos básicos. Pero tampoco estaba allí
para disculparse, de modo que halló una forma saludable de salirse con
la suya: correr hacia delante. Y que diga que los trabajos deben
quedarse en este hemisferio y que Norteamérica debe ir primero incluyen
sin problemas su “America First” originario. Fue un instante pasajero,
pero revelador: aún cuando use las palabras como martillos, Trump sabe
tras esa verborrea que no puede confrontar toda la vida sino que debe
negociar la calma de vecinos, aliados y socios. Y a veces retrocederá un
poco pero en cuanto pueda volverá a la carga.
La presidenciabilidad —pre-si-den-cia-bi-li-dad: digámoslo otra vez
porque es difícil de pronunciar y más de conseguir—, esa supuesta imagen
que pretendió proyectar, le duró a Trump un salto de avión. Apenas
llegó a Arizona, el Trump de siempre soltó la lengua y desenvolvió su
plan —qué frescura, a cualquier mamarracho le dicen plan— migratorio. Y
entonces, sí, el lobo volvió a ser lobo ya sin la piel de cordero. BiffT
annen dejó la oficina del director y bebió a su costa en un bar de
Phoenix con la pandilla. Su orina olía aún sobre Los Pinos.
*
Estoy seguro, o casi: Trump abrió champán en el avión rumbo a Arizona y dio high-fives
y rió como troglodita con toda la boca. Macho de verga inhiesta y
correosa, la victoria fue suya. Era Biff Tannen quedándose con todo en
“Volver al futuro”. John Wayne en su esplendor: montado en su cabello,
entrando solo a la tribu de esos salvajes y luego saliendo de la
choza,íntegro-orondo, regresando al fuerte como el súper vaquero
ganador, miren-cómo-la-tengo-más-grande-que-los-dedos-de-la-mano.
Y una vez en Phoenix, el Kraken volvió a ser Kraken. La propuesta
migratoria más moderada de Trump es, en el mejor de los casos, una idea
draconiana. Hombre o mujer indocumentado que acabe detenido no será
liberado: permanecerá preso hasta su expulsión. Habrá una fuerza
especial dedicada a cazar inmigrantes sin papeles —hello, SS—,
tolerancia cero para los criminales extranjeros, tres veces más agentes
de frontera, desfinanciamiento absoluto de las ciudades santuarios donde
viven indocumentados. Las órdenes ejecutivas de Barack Obama serán
canceladas y todas las leyes migratorias serán ejecutadas sin
miramiento. Si su país, señor, no tiene escáner de reconocimiento facial
—hello, Siria y Libia—, sus ciudadanos no tendrán visa a
América. Cuando dijo que Estados Unidos podrá reservarse el derecho de
elegir a quien quiere dentro de su territorio, Trump encontró una nueva
manera de decir que los musulmanes tienen el ingreso prohibido. Habrá,
claro que sí, muro.
Entre todas, ya sólo su plan de instaurar un control ideológico de
migrantes debiera ser inhabilitante para que un candidato se postule, al
menos, a presidir cualquier nación de Occidente. La Policía del
Pensamiento de Trump instalaría un régimen orwelliano. La inestabilidad
emocional de Trump, su berrinche y capricho, dictaría los límites de las
ideas prohibidas y permitidas. La reinstauración de la caza de brujas
de Joseph McCarthy, un peligroso ejercicio de intolerancia que destruyó
la vida de miles de personas durante la Guerra Fría porque las suponía
culpables de propagar el comunismo, quedaría en manos del humor del
Agente Naranja.
Trump en Arizona mostró que fue a México a orinar y volvió a que le
vean el miembro. Mientras EPN decía en Twitter que no pagaría por el
muro, en Arizona, ante una multitud de miembros erectos, Trump cumplía
el papel soñado del bully imperial: “Los mexicanos pagarán un
alto y hermoso muro”, dijo. “Sólo que todavía no lo saben”. Trump en
México con EPN: te juro que nada más es la puntita.
Y, ya sabemos, nunca es tal.
*
Pusilánime.
Dice la RAE:
1. adj. Dicho de una persona. Falta de ánimo y valor para tomar decisiones o afrontar situaciones comprometidas.
O esta:
1. adj. Falto de ánimo y valor para soportar las desgracias o hacer frente a grandes empresas.
Pusilánime.
Por lo general, en México la vergüenza colectiva suele llevar el
nombre del Tri, un grupo de futbolistas elegidos por un director técnico
a su vez elegido por los dueños de los clubes. Pero cuando es el
presidente quien defrauda, la sensación de vergüenza colectiva es más
personal. Al cabo, al tipo lo elige uno. Es fácil sentir que te
representa.
La humillación, esta vez, excedió a México. Era en extremo palpable.
EPN hacía sentir a los mexicanos que la venta del norte del país a
Estados Unidos por Santa Anna fue al menos un buen negocio comparado con
la capitulación ante Trump. Después de comparar al Agente Naranja con
Hitler e invitarlo a su propia casa, EPN se convertía en el universo
Twitter en Neville Chamberlain, el premier inglés que entregó
Checoslovaquia a los nazis.
Así que mientras Biff Tannen sigue con los high-fives al
norte, de este lado, la soledad. Cualquier político con mínima dignidad
sabe que el episodio Trump fue vergonzoso y devastador. Todo temor al
retorno al poder del PRI hegemónico y brutal ha quedado disipado, año
tras año, con esta versión improvisada a cargo de Peña Nieto. Su
gobierno es una bestia exánime, herida por todos los costados. Peña
sugiere esos presidentes que ya no pueden ni sostener la mirada al
personal de maestranza de su casa de gobierno, esos hombres
desvencijados que eligen salir de la oficina ya entrada la noche para
que nadie los vea y caminan por los pasillos pegados a las paredes,
protegidos por la sombra.
Todo en EPN parece una mala impostación, la puesta de un teatro de
compañía pobre, de telón raído y con la mampostería expuesta, montada
para mostrar fuerte a un hombre débil. Un gobierno puede fallar con
torpeza de debutante al comienzo de su gestión, pero los yerros del PRI
de EPN son de ignorantes supinos. Quien asesore al presidente es bruto o
malintencionado. Sin precedentes, ya desde mediados de la gestión, Los
Pinos mutó en una corte de camarillas alineadas tras el secretario de
Hacienda y el jefe de Gobernación de EPN, conspirando para quedarse con
el poder. El presidente, un muñeco de pastel al asumir, es uno
desarticulado al final.
EPN parece inseguro y golpeado. Tan débil, que la realidad, esa
conjunción de fuerzas impasible y contradictoria, pasa por encima suyo
como un río de barro, piedra y basura nacido para arrasar a un solo
hombre. Cuanto hace nace predestinado a la mofa y la destrucción
inmediatas. Si en 2014 ya era un cadáver político enterrado; en la recta
final de su sexenio, Enrique Peña Nieto es el único cadáver que sigue
cavando su fosa. Un zombie que no asusta pues no puede escapar de su
propia muerte a perpetuidad. Escribió Jim Newell, en Slate, tras el
episodio de Los Pinos: “Quizás el presidente de México no sea muy
inteligente”.
Por supuesto que la suposición es un ejercicio de ficción. Nadie sabe
qué relato se jugó en las oficinas privadas de Los Pinos, pero, cual
fuere, su resultado público, expuesto en la conferencia de prensa
conjunta, en los tuites posteriores de EPN y en el discurso de Trump en
Arizona, es de baja política. EPN fue edulcorado para la gravedad de los
insultos del Agente Naranja y sólo fue vehemente —dizque— cuando ya no
tuvo a Trump enfrente suyo, explicando en la impersonalidad de Twitter,
envuelto por la falsa seguridad que da la soledad tras la pantalla, que
su gobierno jamás pagaría por un muro.
(Política ficcional y de fantasía: un conjunto de caracteres
virtuales en una red en la nube de internet sobre un muro irreal, jamás
construido, etéreo. La sustancia de la política hecha de vacío: discutir
sobre nada. El muro de Trump está hecho de palabras; la respuesta
vecina, una timorata reacción a su realidad posible. La política como la
conocemos, destrozada. Una nación no emplea la diplomacia clásica para
protestar a otra por los dichos de uno de sus posibles presidentes. No: a
la amenaza del muro, EPN —México, a pesar de todos— le responde con un
tuit.)
*
A medida que pasen los días, Trump distorsionará cualquier arreglo
que haya tenido con Peña hasta convertirlo en un papel abollado,
irreconocible. Trump no respeta sus acuerdos; lo saben sus propios
aliados, traiciona para imponer su propio criterio.
EPN regaló todo. Honra, dignidad personal; el honor reclamado por sus
ciudadanos. La conferencia fue una imagen de postal de viejo imperio:
el presidentito bananero débil ante el gringon grandulón que en público
posa de comprensivo y, una vez en la seguridad de su caserón, escupe
sobre lo firmado y envía las cañoneras a barrer con lo que quede.
Trump sólo dejará de atacar de manera miserable a México —y a los
musulmanes y a todo inmigrante, mujer, distinto, pobre: a todo humano—
no por convicción o culpa sino porque conviene a su necesidad
momentánea.
El Kraken está suelto.
*
Interior, hotel, principio de todo.
—Es un verdadero pelmazo.
—Sí.
—Exacto. ¿Hay cuartos?
No hay cuarto, pieza, espacio.
—Ya no queda nada.
Si lo dejan, Biff Tannen nos meará a todos.