El
humorista y politólogo venezolano, Laureano Márquez, publicó este
viernes su artículo denominado "Ad Papam Franciscus epistolam", en el
cual hizo referencia al proceso de diálogo en Venezuela que lleva a cabo
El Vaticano.
A continuación el texto íntegro:
Pater Sancte:
Qui dicit, est humili filius comoedum, indignos vos. Primo gratias ad
cura tui in nobis (mejor sigo en español, S. S., no vaya a ser que las
autoridades piensen que ando conspirando, porque acá, le cuento, todo
acto de discrepancia es conspiración; toda disidencia, fascismo y toda
protesta legítima, intento terrorista de golpe de Estado).
Su Santidad, el modelo político que actualmente vive Venezuela surgió
enfrentando las fallas, carencias y olvidos de la democracia venezolana
que tanto trabajo costo construir. Primero lo hizo a través de la
violencia del golpismo y luego por la vía electoral. Ofreció mayor
democracia y libertad; ofreció recuperar la dignidad ciudadana con
avance y progreso para los olvidados y excluidos, pero terminó -como
dice el refrán- siendo peor el remedio que la enfermedad.
Los venezolanos llevamos dieciocho años viviendo en el fracaso; nos
hemos acostumbrado a vivir así. No es nuestro primer tiempo de
decadencia; la hemos vivido antes, como usted sabe, conocedor de
Latinoamérica como es; hemos tenido dictaduras más crueles, guerras
civiles y la terrible guerra de Independencia, que fue cruenta y casi
nos acaba. Sin embargo, nunca habíamos tenido un rumbo tan desatinado y
peligroso, tan estudiadamente intolerante, tan pobre de ideas, valores y
principios y, sobre todo, tan corrupto como el que padecemos los
venezolanos hoy. Los indicadores que miden la felicidad ciudadana —que,
según Bolívar, era el propósito de los gobiernos— están en el suelo:
salud, seguridad, libertad de expresión, acceso a alimentación y
servicios. En fin, Santo Padre, la calamidad se apodera progresivamente
de Venezuela.
El concepto de derrota no es democrático, S.S. porque se supone que
en democracia todos ganamos. Aquí llevamos dieciocho años viviendo en la
derrota. Hemos aprendido a convivir con ella en todas sus formas. Para
nuestro régimen, sus victorias no son parte de la coexistencia
democrática; son operaciones militares en las que se humilla al vencido y
que son usadas para cambiar las reglas de juego durante el juego. Aquí,
desde hace dieciocho años, el que pierde lo pierde todo, incluso la
condición de ciudadano y hasta de humano, para convertirse en apátrida,
fascista y gusano.
Somos un pueblo de dura cerviz —como el israelita que adoró al
becerro de oro frente al Sinaí— lentos en el aprender, con poca
internalización de los valores democráticos en el espíritu. Aprendimos a
vivir en la derrota, en la destrucción, pero hemos cambiado de opinión:
hemos decidido no seguir suicidándonos —que también es un pecado el
suicidio político—. Según todas las encuestas, alrededor del 80% de la
población está muy cansada del sistema que padece. Pero resulta que,
para nuestro gobierno, oponerse a él es terrorismo, recoger firmas es un
delito, y solicitar el referéndum que la Constitución establece es
imposible. Queremos ejercer nuestra “dignidad ciudadana” pero todos los
caminos se cierran; marchamos “como corderos en medio de lobos”. Se
dicen amantes del pueblo, pero en el fondo lo desprecian, sobre todo
cuando éste cambia de opinión.
Como comprenderá, Santo Padre, una nación con tales padecimientos
tiene desconfianza en el diálogo con quien ni siquiera cumple lo que
establecen las leyes, que concentra todos los poderes y que se
acostumbró al desafuero. Santo Padre: estamos dialogando, no para pedir
nada que la Constitución no establezca. Por exigirlo, los ciudadanos son
reprimidos, encarcelados en lugares horribles llamados “la tumba”,
asesinados y encima cínicamente acusados de los crímenes de los que son
víctimas. Y lo único que pedimos es votar.
Su Santidad: gracias por sus buenos oficios. Su paisano Borges amaba
las etimologías. Diálogo viene del latín y en este —tomada a su vez del
griego—, dicha palabra significa: dia “a través” y logos “palabra o
razón”. A través de la razón que expresan las palabras, dos personas
hablan y acuerdan cosas. Para ello es indispensable considerar “persona”
al otro. Creo que ahí esta el quid del asunto: los venezolanos queremos
ser personas nuevamente.
Servus eius,
Fuente: Laureano Márquez /