Según un experimento, emocionarnos con historias de ficción aumenta nuestros niveles de endorfinas, un analgésico natural.
Entretienen, emocionan, hacen llorar… y quitan los dolores. Esta curiosa propiedad analgésica de las pelis de ficción acaba de ser revelada por un grupo de científicos de Oxford, que han publicado las conclusiones de sus experimentos en la revista Open Science.
Como recuerdan los investigadores británicos, contar historias ha servido para cohesionar las comunidades humanas desde que nuestra especie empezó a formar tribus de cazadores-recolectores, aunque no se habían estudiado sus bases evolutivas y biológicas. Porque nadie es ajeno a este impulso universal: desde los niños que piden que les cuenten cuentos por la noche a las parejas de cuarentones que no renuncian a su dosis de serie televisiva diaria.
Los expertos pusieron a varios voluntarios a ver la película Stuart: Una vida al revés, la conmovedora historia de un mendigo con una infancia complicada, mientras que el resto contempló un documental meramente informativo. Después, les hicieron pruebas para medir su umbral de dolor y, por consiguiente, sus niveles de endorfinas, un neurotransmisor con propiedades narcóticas.
Los resultados no dejaban lugar a dudas: quienes se habían emocionado con las tribulaciones de Stuart aguantaron durante más tiempo una postura incómoda –quedarse en posición de sentados con la espalda recta contra la pared– que los espectadores del documental. Y, además, se sentían más unidos al grupo.
Como señalan los investigadores, aunque el “subidón” de endorfinas no explique por completo nuestra afición a las historias, sí que debe tenerse en cuenta como un factor de peso que nos empuja no solo a ver películas, sino también a enfrascarnos en las páginas de una novela o a no perdernos ningún capítulo de un culebrón.