El francés André René Roussimoff, conocido como “André el Gigante”, el mítico luchador de Wrestling, sufría de gigantismo y es además considerado una leyenda de la WWF.
André hizo carrera como luchador de Wrestling, ganó el título mundial
de la World Wrestling Federation y también ganó otro título mundial que
no todo el mundo conoce: el de bebedor más grande de todo el planeta.
Por tamaño, por capacidad y por volumen, pocos humanos serán capaces
de emular las ‘hazañas’ etílicas de un gigante, cuyo tamaño, ha dejado para la historia anécdotas dignas de ser recordadas por los siglos de los siglos.
Un bebedor sin igual, cuyas dimensiones alcanzaron los 2,24 metros de
altura y los 240 kilos, que rozaron los 300 en algunas etapas de su
vida.
De París al Wrestling
Una vida que comenzó en París, allá por 1946; que le llevó hasta
Estados Unidos, donde debutó como luchador en 1973, hasta convertirle en
una estrella mundial. A partir de ahí, el mundo y su tamaño eran sus techos. La WWF llevó a André El Gigante por todo el planeta, ergo, André El Gigante se emborrachó por todo el planeta. Esto era así.
De hecho, cuando aún no era una rutilante estrella del Wrestling, y
sólo viajaba por los diferentes estados de USA, aprovechaba los
trayectos para acabar con la producción de una fábrica entera de
cervezas. Como no le gustaba volar, la WWF le habilitó un camión adaptado a su tamaño para los desplazamientos. Cuanto más largos, más alcohol.
Poco más de una hora le duraba una caja de cervezas por aquel
entonces, caja que caía siempre antes de cada combate. Un récord que,
por complicado que parezca, batió con facilidad con la experiencia que
dan los años.
Años en los que entrenó su hígado como poca gente ha hecho en su vida. Y es que, se estima que André consumía 7.000 calorías al día en cervezas.
Teniendo en cuenta que normalmente bebía Molsen Canadá, que tiene unas
150 calorías por lata, nos da una media de 46,6 latas al día. Unos 14
litros de cerveza al día. Santa malta tostada.
La leyenda del indomable
Una de las primeras epic borracheras que se le conoce al bueno de
André, le adjudica un total de 120 cervezas (lata arriba, lata abajo) en
poco más de seis horas. Claro, viendo el tamaño de la lata, en la mano del gigante, parece más un chupito pero, echando cuentas… ¡son 40 litros de cerveza!
Y ojo, que eso es pecata minuta, comparado con las 150 latas de medio
litro, es decir, 75 litros entre pecho y espalda, que algunos
compañeros aseguran haber visto beberse al francés. La duda que asalta a
la mayoría que ve estas cantidades es, ¿contaron las latas según se las iba bebiendo o las recontaron una vez terminó? Qué más da, ¿verdad?
Cómo sería la cosa, que toda una leyenda como Hulk Hogan (quien acaba
de recbir una cantidad indecente por la publicación de una película más
indecente aún), por aquel entonces una joven promesa de piel naranja,
pelo rubio pollo y calvicie incipiente, se ocupaba de que a su amigo y
compañeros… ¡nunca le faltara el alcohol No, Hulk Hogan nunca fue bueno
como cuidador ahora, como compañero de juerga, parece que era tremendo.
De hecho, a André no le faltaba el alcohol… ¡ni cuando le tocaba
pelear! En una de las giras WWF por Japón, el luchador decidió matar el
tiempo tomando un poco de vino. Cuando decimos un poco, nos referimos a
16 botellas. A pesar de ello, saltó al ring, y luchó en tres combates, incluido un Royal Rumble y, como no, volvió a por más alcohol. Hemos dicho que era un grande, ¿verdad?
Obviamente, con amigos como Hulk Hogan, lo habitual es que André El
Gigante la liara parda día sí, día también. Ahora, no es lo mismo liarla
parda con 90 kilos, que hacerlo con 240. Se lo pregunten al director de
un hotel de Pensilvania, donde el luchador se bebió un cargamento de
cervezas, hasta quedar inconsciente en el lobby del edificio.
¿El problema? A ver quién movía a ese mostrenco del suelo,
completamente grogui. Imposible se mirar por donde se mirara. ¿Solución?
Dejarle dormir hasta que se despertara. Y así lo hicieron.
André se echó una tremenda siesta en la entrada del hotel, que duró
hasta que Morfeo quiso. Mientras, los clientes alucinaban con la
impresionante alfombra de su hotel favorito. Qué cosas.
De juerga con Iñigo Montoya
Como era de esperar, cuando el luchador dio el salto a la gran
pantalla (no ha sido ni el primer luchador ni será el último que cambie
el ring por el celuloide), de mano de Rob Reiner y La Princesa Prometida
(una de las películas teen que marcó los 80, que no la única), sus hábitos no cambiaron. Bueno sí, porque en este caso no pagó.
Durante todo el rodaje de la mítica película, se dedicó a vaciar el
bar, hasta dejar una cuenta a producción superior a 40.000 dólares.
Lo mejor es que en sus continuas juergas arrastró a Cary Elwes
(Westley) y a Mandy Patinkin (Iñigo Montoya), lo que provocaba retrasos y
largas esperas mañaneras, hasta que los actores dormían la mona. Todo
muy profesional.
Al cabo de los años, y como no podía ser de otra manera, la ingesta masiva y continuada de alcohol, pasó factura a André El Gigante.
En 1992, cuando luchaba entre Japón y México, tuvo que retirarse por
una lesión de rodilla. Fue el primer luchador incluido en el Hall of
Fame WWF. De hecho, el Hall of Fame se creó gracias a él.
Un año más tarde, en enero de 1993, fallecía en París, mientras
dormía, para asistir al funeral de su padre. Sus cenizas, todas ellas,
fueron esparcidas en su rancho de Carolina del Norte. ¿Cuántos días
estuvo ardiendo el cadáver? Eso es algo que nunca sabremos y que ayudará
a perpeturar la historia y la leyenda del mayor borracho de la
historia.
Bonus track – El carruaje
Hemos dejado la mejor historia para el final. Ya hemos dicho que André El Gigante era grande, pero con lo que le ocurió allá por 1977, alcanzó el estatus de legendario.
El luchador estaba de juerga con Dusty Rhodes, el mítico The American
Dream, y ya llevaba 75 cervezas entre pecho y espalda. Un día más en la
oficina. Cuando llegó la hora de volver a casa, André se negó a coger un taxi, pues no entraba bien en ellos por su tamaño. Tocaba buscar otra forma de volver al hotel. Y la encontraron.
André y Rhodes vieron, a lo lejos, un carruaje tirado por caballos,
una calesa, y no lo dudaron, se fueron hacia él… ¡y se lo robaron!
Imaginad la situación: dos mostrencos de más de 400 kilos juntos,
subidos en una calesa, completamente borrachos… ¡a todo lo que podían
los caballos por el centro de Manhattan! Genios.
Obviamente, la policía fue a por ellos, por lo que habían hecho.
¿Dónde les encontraron? Fácil. En el bar del hotel, bebiendo brandy, como si no hubier pasado nada. Qué razón tenía Troy McClure: André El Gigante, qué poco te disfrutamos.