Para tres hombres zulianos permitir que
sus esposas se “tunearan” rostro, cintura y caderas fue un dolor de
cabeza que le puso el punto final a la relación de pareja. Sus casos
contribuyeron a inflar las estadísticas de carácter demográfico del
estado Zulia, donde se contabilizaron, según el Instituto Nacional de
Estadísticas (INE), cuatro mil 715 divorcios para el 2012 —la cifra más
reciente publicada por el organismo sobre separaciones en el país, que
coloca al Zulia al tope en el ranking nacional —. Aquí sus historias.
Una lección de vida.
Cuando la última palabra de un hombre
es: “Sí, mi amor”, algunos problemas están a la puerta. Al menos eso
deduce el comerciante Mario Bello, quien saca cuentas de su enorme
capacidad para mimar a quien fue su esposa por 10 años y se arrepiente.
Reflexiona que consentir a quien se ama
no es un error, pero reconoce que aceptar que su esposa comenzara un
proceso paulatino de “tuneo” despertó a un monstruo al verse perfecta. Y
lo peor, es que todas las cirugías y tratamientos estéticos lo pagó él.
“Mi historia es de terror. Cuando me
casé con Tamara ella era una mujer abnegada. Tuvimos dos hijos. ¡Bellos!
Una hembra y un varón. Los adoro. Comenzó a juntarse con unas amigas
que se arreglaban mucho. Y ella me suplicaba que le pagara una operación
de senos porque se sentía plana. Se me ocurrió, de pendejo, regalarle
los implantes para que se sintiera con menos complejo. Quedó como en
talla 36”, cuenta Mario.
Lo primero que sobrevino fue el instito
de Tamara de no dejarse tocar por su esposo durante casi seis meses por
temor a perder la operación. Y una vez concretadas sus obligaciones
conyugales, comenzó a pedirle una segunda cirugía: La liposucción.
“Mi esposa empezó a volverse adictiva a
su arreglo personal. No salía a la calle si no tenía el cabello secado.
Comenzó a gastar desmedidamente en ropa, accesorios, maquillaje y
zapatos. Me puso la tarjeta de crédito full. A mí me gustaba la estampa
nueva de Tamara y me convenció para pagarle también la liposucción. Allí
dejé buena parte de mis utilidades”.
Renovada totalmente, se le alborotó el
ego del marido porque caminaba junto a una mujer despampanante,
llamativa, que era suya, y dejaba atónitos a hombres y mujeres por su
buena presencia y cualidades. Su egoísmo fue adquiriendo carácter
normativo, de manera que activó una retahíla de discusiones en casa por
inconformidades en todo.
“Me peleaba porque no había agua. Porque
no la fui a buscar a la fiesta infantil a la hora exacta que me decía.
Porque traía la ropa muy sucia del trabajo. Porque tenía que levantarse a
hacerme el vianda. ¡Por todo! Cuando antes me hacía las cosas con
voluntad. Yo sentía que estaba buscando excusas para dejarme, pero ella
quería que yo quedara como el malvado de la relación y ella la víctima.
Cuando la situación se volvió insostenible en la casa, y ni siquiera nos
tolerábamos, recuerdo que me dijo: ‘Quiero el diviorcio”.
Así comenzó la batalla campal para
asegurar bienes. La custodia de los dos niños era el pasaporte para que
Tamara accediera a dinero por manutención durante largo rato, porque los
muchachos estaban lejos de cumplir la mayoría de edad. “Ella no pudo
quitarme la casa porque yo la compré antes de casarme. ¡Menos mal! Me
arrepiento de haberla tuneado. Te confieso que, me da miedo volver a
emprender una relación seria con alguien. Siento que me van a estafar
como la primera vez”, reflexiona Mario.
Carlos Becerra es un comerciante que amó
a su esposa por 13 años. Marido fiel pese a ser un hombre atractivo, se
desahoga: “Mi esposa, Yendrimar, era madre abnegada de dos hijos. Era
ama de casa. La motivé a estudiar. Se graduó como ingeniera y consiguió
trabajo con ayuda de unos amigos. Cuando comenzó a trabajar noté que se
empezó a arreglar con más frecuencia. Pensé que era normal, porque debía
cuidar su imagen. Al tener dos años y medio trabajando me dijo que se
quería colocar unos implantes mamarios. Ella era plana frontalmente. La
idea me gustó porque me daría un gusto a mi también. Cuando llegaron las
tetas llegó mi divorcio. Desde la cirugía hasta el divorcio no pasó año
y medio. Si la hubiera dejado sin lolas, te aseguro que todavía
estaríamos juntos”, evalúa.
Carlos, jocoso e irónico, dice que no le
guarda rencor por los 13 años que debió mantenerla, que le dio gustos,
la ayudó a superarse en la vida, le tendió la mano en el postoperatorio
de la cirugía, y le colaboró financieramente para costear la
intervención quirúrgica completa. “Me fregó. Pero, bueno. Arriba hay un
Dios que ve y resuelve. Ojalá se le caiga su pechonalidad rapidito y se
le pongan como a Magda, la abuelita de la película Loco por Mary. Vamos a
ver si cuando se ponga vieja alguien la va a querer con tanta vanidad
encima”.
Quizá con el mismo optimismo de Carlos,
Octavio Pirela, un administrador de empresas, cuenta su experiencia
cuando perdió el matrimonio después de permitir el “tuneo” de su esposa,
una maestra de educación básica.
Ella con modesto sueldo, pero siempre
con medida coquetería, se destacó en los primeros cinco años de
matrimonio (de los nueve que duró el amor) por hacerle su comida a
tiempo, atenderle todas las responsabilidades propias para mantenerlo
acicalado y feliz. Ambos procrearon tres hijos, pero la incorformidad de
Ingrid se asomó aún más cuando su pecho sufrió los estragos de
amamantar a los tres. Después de las operaciones vino su etapa de
“muñeca”. Y todo cambió.
“La persona de la cual me divorcié era
alguien totalmente distinto a la que me casé. Ella era una mujer que
todo le daba pena. Pero después que le pagué las tetas, toda la ropa que
compró tenía escote pronunciado y era ajustada. Yo era permisivo con
eso. Al principio mi ego de hombre se sentía en las nubes. Porque a uno
le gusta tener al lado a una mujer explotada, bien buena, que sea la
envidia de otras y el deseo de otros. Ella se empezó a volver maliciosa,
y se puso insoportable. Por todo peleaba. Nada le gustaba. Ahora
entiendo que cuando las mujeres se ponen peleonas es porque traen una
intención oculta. Cuando nos divorciamos, porque se consiguió otro con
más cabello que yo, y más grandote que yo, que seguro la usará hasta que
se canse, y la dejará botada después, me quitó un apartamento y un
carro. Ya el carro lo chocó. No tiene con qué arreglarlo con el sueldo
de maestra. Anda a pie. La custodia de los chamos la tenemos compartida.
No le doy ni un medio por manutención”.
Después de superar su divorcio con una
fiesta para alejar la depresión, tomar incontables cajas de cerveza,
aguantar las bromas pesadas de sus amigos entrañables que le regalaron
en dos vejigas llenas de agua que simulaban los senos de Ingrid, y
disfrutar hasta el cansancio un viaje a Margarita que se regaló para
disfrutarlo solo. Octavio superó su abrupta separación que vino por
acceder a un complaciente “tuneo” para quien fuera su compañera de años.
A Tamara, a Yendrimar, y a Ingrid les
picó el mismo mosquito del retoque, que les carcomió el alma y les dañó:
“El sí acepto hasta que la muerte nos separe”.
Ellas no escucharon el consejo que desde
la Sociedad Venezolana de Cirugía Plástica le hace a los pacientes: “La
cirugía plástica estimula y promueve una autoimagen fuerte y positiva.
Aún pequeñas alteraciones exteriores pueden producir grandes
transformaciones en el interior de las personas. En consecuencia,
proporciona alteraciones importantes y permanentes”. En estos casos fue
el divorcio.