El problema de ser Justin Bieber

Tener 19 años, ser multimillonario en dólares y fans y llamarse Justin Bieber puede ser un problema. O varios. Abandonar el mundo de la adolescencia tampoco debe ser fácil para un niño como él -que sigue siendo un crío gracias a los estilismos que le endilgan, camisetas, gorrillas- a quien están malcriando mientras le extraen todo el dinero posible. Es un chico-producto con el que se forran todos. No ha salido de la factoría Disney y quizá por eso su trayectoria personal no está tan poblada de desaciertos como las de los adolescentes ingenuos que encuentran en las drogas y el alcohol la salida a tanta represión en pos del negocio organizado con ellos como base.

Bieber es una fábrica de hacer dinero que empieza a destilar errores. En esa frontera en que la permisividad a sus acciones puede ser un juego peligroso, Bieber comienza a manifestar sus fallos en forma de llamémosles caprichos, algunos de los cuales son solucionados por su equipo de seguridad, que siempre tiene un pretexto previsto. El más recurrente: eliminar su presencia de cualquier acto que presuponga un delito, siempre y cuando no haya imágenes que lo delaten. Aunque los móviles cada día hacen más difícil la protección. Para todo lo demás siempre hay un desmentido a tiempo.


El último sucedió el pasado sábado en São Paulo. Bieber abandonó el escenario de Arena Ahembi al recibir en la mano con la que sujetaba el micrófono el impacto de una botella: allí mismo acabó el concierto. Miró al vacío con cara de odio y a pesar de los gritos desesperados de sus fans, se fue.

Bieber había volado desde Río de Janeiro, adonde llegó el viernes y en la capital carioca visitó con detalle las tres plantas del burdel Centaurus, un tipo de establecimiento a los que parece que el jovencito les ha cogido afición. En Panamá, unos días antes también estuvo en uno e intimó con una de las empleadas que luego detalló a la prensa local las intimidades. La más suculenta: habían estado fumando marihuana. En esta misma gira sudamericana, al llegar a Colombia, a Bieber también le entraron ganas de dibujar, así que, protegido por sus guardaespaldas y por la misma policía local que persigue y detiene a los grafiteros, se convirtió en uno de ellos decorando uno de los túneles de Bogotá.

Salvo la marihuana panameña (y confiando sólo en la palabra de la mujer con quien la fumó), no se ha contabilizado nada más en cuanto a drogas, un apartado que está controlado por sus asistentes. Hace unos meses, y rumbo a Canadá, la policía encontró marihuana y útiles para su consumo en el bus de Bieber, pero éste no se encontraba en este vehículo. Durante la gira europea del ídolo, la policía sueca también detectó drogas en uno de los coches del séquito del cantante, así como un arma de aturdimiento: él tampoco iba. Y tuvo problemas por un mono que tuvo que abandonar en Alemania al no tener los documentos en regla. Y en Holanda dejó escrito en la casa museo de Ana Frank que le hubiese gustado que la chica fuera "una belieber", (apócope de su apellido y la gira: una fan en términos habituales).

Son las palabras de un adolescente que vende discos a millones y que, en el colmo de su pesar, acaba de ser destronado de Twitter por Katy Perry, que con sus 46,51 millones de seguidores le gana a los puntos: Justin sólo tiene 46,49. Y que en el ranking de recaudaciones del 2012, únicamente se embolsó 30.7 millones de euros y quedó en el puesto 23 de una lista liderada por Madonna (54 años), que se llevó 226,5 millones de euros. Estas posiciones fuera de reinados, el haber roto con Selena Gómez -otra pop star al uso y dos años mayor que él-, y el que Forbes casi no le haya tenido en cuenta a la hora de señalar a los jóvenes con más presente y futuro -donde están gentes tan dispares como Mark Zuckerber y las gemelas Olsen- pueden haber incidido en el carácter de este ídolo al que poco le queda para dejar de ser un teenager.

Y puede que todo junto le haya llevado a conducir su Ferrari blanco a toda velocidad por la zona residencial de Calabasas donde vive y por lo que la fiscalía de Los Ángeles le ha penalizado. Y que, en consecuencia, se enfrente a los paparazzi, de quienes tienen que protegerle sus guardaespaldas al salir y atropellarles a la salida de su disco favorita, Laugh Factory. O que consiga que le echen del selectísimo hotel Meurice de París a pesar de haber alquilado dos plantas enteras y siete suites.

Todo eso puede haber hecho mella en los incidentes que ha sufrido en algunos conciertos: sus vómitos en el estadio O2 de Londres, donde precisó asistencia médica y respiración asistida, las cancelaciones de sus conciertos en Lisboa y Barakaldo por "circunstancias imprevistas". A modo de explicación y/o disculpa, Bieber escribió en Instagram que "he movido mi culo para llegar donde estoy y mi trabajo no termina aquí. Todo esto no es fácil, me enfado a veces, soy humano, voy a cometer errores". Y gracias a esa información inmediata y directa que matará al periodismo, las fans le creen. Y en Noruega los colegios cambian los horarios de las clases para que las chicas vean cómo baja del cielo, con sus alas de ángel de la música, un querubín del pop que deja que le abrace un fan que asalta el escenario en Dubái, aunque las autoridades estadounidenses desarticularon un complot para matarle Nueva York. Y que sabe de la muerte de otro paparazzi que perseguía su coche aunque él no estuviera dentro.

Un negocio Bieber que vende hasta laca de uñas aunque "yo no uso esmalte", y que al cortarse el pelo, hubo que rehacer los miles de muñecos a su imagen y semejanza. Un muñeco que ni canta ni baila porque para eso ya está el original.




 
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