Mucho se comenta sobre la inscripción de la candidatura de la escultural
modelo Jimena Araya a la Alcaldía de La Victoria, estado Aragua con
apoyo del polémico partido Podemos. En principio debemos advertir que
este personaje mejor conocido como Rosita no está sometida a ninguna
inhabilitación política pues no ha sido condenada penalmente mediante
sentencia firme y en consecuencia se encuentra en pleno goce de sus
derechos como cualquier otro venezolano o venezolana. Se trata del
Principio Universal de la Presunción de Inocencia. Si se concreta su
candidatura, seguramente deberá resolverse si llega hasta el día de la
elección, es decir, si el PSUV y los otros partidos del Gran Polo
Patriótico están dispuestos a apoyarla. Su fama o atractivo sexual no
debería ser credencial para ser electa alcaldesa, pero tampoco
constituye un impedimento para optar al cargo. Será el pueblo quien
decida si realmente posee méritos para desempeñar tales funciones o si
por el contrario, aun no teniendo las virtudes necesarias, los electores
desean colocar en tan alta responsabilidad a quien por ahora
simplemente luce como un auténtico fetiche de muchos hombres y mujeres
de Venezuela.
Lo que si es seguro es que Rosita fue la estrella de escenas que nunca
más deberían repetirse en la tv venezolana... Ella fue una dramatización
racista de la esclava tercermundista que complacía los deseos de su
dominante amo europeo. Protagonizada por la modelo Jimena Araya, quien
se apoderó de las redes sociales y los portales de internet en
Venezuela. Desde que apareció la noticia de que la escultural actriz era
buscada por la justicia por su presunta participación en la fuga de un
peligroso pran (Niño Guerrero), miles de internautas hicieron
comentarios que fueron desde la ironía hasta la condena sin pruebas.
Más de 530 mil seguidores tiene en Twitter hasta la presente fecha esta
dama que cada domingo por la noche era protagonista de uno de los
programas humorísticos más vistos en la tv nacional. Entre la admiración
de muchos y la crítica (muchas veces destructiva) de otros, Rosita fue
un producto de consumo masivo y una imagen comercial de la todavía
machista sociedad venezolana.
Rosita, con su personaje de asistente en las tareas del hogar (mal
llamada cachifa o sirvienta) fue usada por la televisión para reforzar
el viejo concepto de la mujer que es feliz siendo sumisa ante la
autoridad de hombres abusivos. Con el jefe portugués que le ordenaba
recoger cosas del suelo para observar su cuerpo de afrodita, se cumplía
la dramatización racista de la supuesta superioridad de los machos
europeos y la pretendida inferioridad de las mujeres tercermundistas que
mansamente “complacen” a sus amos para ganarse la vida. Todo como en
los tiempos de Cristóbal Colón donde resultaron asesinados 70 millones
de aborígenes a consecuencia de la invasión.
Desde nuestra óptica feminista y humanista, Rosita fue simplemente un
instrumento, no fue la jefa de la orquesta publicitaria o del lucro
televisivo. Porque ya sea en la pantalla o en el mundo real, hay
millones de respetables damas como Rosita, que voluntaria o
involuntariamente participan en relaciones donde son tratadas como
objeto sexual de personas explotadoras a cambio de dinero u otros
beneficios materiales.
El asunto va más allá del chiste, la mofa o la farándula. Porque la
atención de las multitudes convirtió a este personaje en un símbolo
cultural que fue capaz de influir en millones de personas y
especialmente en los más jóvenes. Varones que sólo desearían tener a una
mujer con cuerpo voluptuoso y que buscarían (como fuese) el poder
monetario para “comprarla”, quizás siguiendo los pasos de un peligroso
Pran. De igual modo, muchachas que “invertirían” millones en implantarse
o moldearse busto, trasero, cintura, piernas y abdomen “perfectos” como
los de Rosita porque se ha establecido socialmente que esas son las
llaves del éxito, la fama, la fortuna y la conquista de un hombre
adinerado.
Ante lo que probablemente ha sido el infeliz final de la carrera
de Rosita (ex fugitiva de la ley y hoy extrañamente vetada por los
medios televisivos), muchos y muchas que alguna vez por Twitter la
llamaron despectivamente "malandra" o “prostituta” sin tener argumentos
válidos para tal afirmación, en el pasado fueron sus fans y hasta culto
le rindieron. A pesar de que se ha autoproclamado chavista, eso no ha
cambiado su marginación de la farándula. Definitivamente, la sociedad
burguesa parece estar enferma de hipocresía porque sólo aplica sus
juicios morales a los vencidos, pero nunca a los vencedores.
Judicialmente hablando, la inocencia se presume hasta que se pruebe lo
contrario. Pero más allá de lo penal, es obligatorio tener en cuenta
que Rosita, aunque ella misma pudiera no comprenderlo ni interesarle
nuestra reflexión, es una de millones de víctimas de la sociedad
capitalista, sexista y fetichista, donde se fomenta la ambición de
hacerse rico a cualquier precio y la perversa tentación de los caminos
fáciles a través del propio cuerpo. En ese contexto, la prostitución, la
pornografía, la trata y el tráfico de personas conforman una de las
industrias delictivas más poderosas del mundo junto con el tráfico de
armas y drogas.
Por: Jesús Silva
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