¿Leyenda,
realidad o quizás mordacidad revolucionaria? Hablar de ella es un
ejercicio atrevido para retratar algunas “dulces verdades” que explican
por qué la burocracia sigue muy apartada de nuestro pueblo. Joven,
espigada y europea, era mi jefa. Su origen es tan ilustre, que cuentan
que su tatarabuela fue quien financió la expedición de Colón para invadir nuestra América.
Su piel caucásica y traslucida vestía elegantes sedas y finos linos de colores invernales en verano, su disciplina era inmutable en el horario de 8 a 4. Desde la nómina del Estado, su ciencia estaba al servicio de la componenda burguesa y aunque desde su agraciado cuello de cisne hasta sus fuertes tobillos, todo fuera tela, por motivos inconfesables no me fue imposible notar la voluptuosidad de su fascinante figura.
Antisocialista de perfectos ojos negros y maestra de la diplomacia gentil, la espectacularidad de sus conocimientos doctrinales solo podía compararse al poder de seducción que emanaba de su hábil comportamiento en sociedad, tanto en la luz como en la sombra. Deseada, y por deseada, protegida, su talento y su investidura le bastaban para convencer sobre la idea de “un mundo al revés”; presentando a redentores como pecadores y a villanos como almas redimidas.
Ella opusdiana, yo comunista: una muralla de convicciones sociales nos distanciaban. Ella con poder y fama, yo en la trinchera valiente y solitaria del antipoder: Era la disputa entre Goliat y David. El régimen le concedía la peligrosa facultad de liquidar adversarios y aunque su maestría para vencer torcía la realidad, todo parecía salirle bien. La vida cruzó nuestros caminos para enseñarme a sobrevivir en minoría, a resistir para existir con dignidad.
Su piel caucásica y traslucida vestía elegantes sedas y finos linos de colores invernales en verano, su disciplina era inmutable en el horario de 8 a 4. Desde la nómina del Estado, su ciencia estaba al servicio de la componenda burguesa y aunque desde su agraciado cuello de cisne hasta sus fuertes tobillos, todo fuera tela, por motivos inconfesables no me fue imposible notar la voluptuosidad de su fascinante figura.
Antisocialista de perfectos ojos negros y maestra de la diplomacia gentil, la espectacularidad de sus conocimientos doctrinales solo podía compararse al poder de seducción que emanaba de su hábil comportamiento en sociedad, tanto en la luz como en la sombra. Deseada, y por deseada, protegida, su talento y su investidura le bastaban para convencer sobre la idea de “un mundo al revés”; presentando a redentores como pecadores y a villanos como almas redimidas.
Ella opusdiana, yo comunista: una muralla de convicciones sociales nos distanciaban. Ella con poder y fama, yo en la trinchera valiente y solitaria del antipoder: Era la disputa entre Goliat y David. El régimen le concedía la peligrosa facultad de liquidar adversarios y aunque su maestría para vencer torcía la realidad, todo parecía salirle bien. La vida cruzó nuestros caminos para enseñarme a sobrevivir en minoría, a resistir para existir con dignidad.
Así como Chávez gobierna Venezuela, ella lo hacía al interior de su diminuta burbuja, pero a diferencia del comandante, ella ordenaba el psicoterror laboral y la autocracia. Hizo del cargo un reinado indefinido y de su plaza un Guantánamo,
mientras que mi fetichismo cuantificaba sus pecas. Érase recinto
infrahumano para quienes no se rendían mansamente ante las depravaciones
derivadas de la malentendida jerarquía. Asombroso pero cierto, nuestra
revolución posee la singular virtud (ingenuidad o bondad) de desarrollar
su gestión con un elevado porcentaje de enemigos atornillados en la
cúspide de su estructura.
Los
revolucionarios jamás olvidaremos la realidad que el pueblo nos exclama
desde la calle con impostergable angustia: Que la cultura de la cuarta
república sigue viva en muchas instancias del gobierno (sectas
privilegiadas, trabas administrativas, corrupción, ineficiencia,
adulación, mediocridad, maltrato al ciudadano, etc.). Finalmente, mi ex
jefa, irreprochable como dama de abolengo y despiadada como agente opositora, vivió el antagonismo de los execrados que no pudieron emular el brillo de sus cabellos largos y su teoría científica.
Cuentan
que pretendieron arruinar su gloria con acusaciones criminales, aunque
sus presuntas maromas durante los golpes fascistas de 2002 terminarían
en el baúl de los tabúes. Probablemente una salvación hebrea borró la sangre de ese pasado y bendijo sus pinceles con la tinta de su academicismo irrefutable. Indultada y admirada por quien suscribe, ella hoy sabe que habría dado tanto por rescatarla antes de decirle adiós y llevarla de la mano hacia un edén socialista.