Si
bien es cierto que durante el último medio siglo, las mujeres han
acortado distancias con los hombres como resultado de su creciente
participación en la educación y el trabajo, ello no supone la superación
automática de la ancestral cosmovisión patriarcal que concibe la
sexualidad de la mujer como "fuerza de trabajo" que genera "riquezas"
susceptibles a la apropiación del macho.
Esto
explica que aun en este siglo la sexualidad femenina siga bajo el
asedio de la explotación patriarcal con dos funciones esenciales como
servidumbre al hombre, la primera de naturaleza reproductiva (procrear
hijos e hijas) y la segunda en la creación de placer sexual (satisfacer
necesidad fisiológica).
Tal
explotación implica que esas funciones impuestas a la mujer sean
cumplidas en los términos y condiciones dictados por los intereses del
macho en su contexto de supremacía social y se relegue a la hembra al
subalterno papel de productora sin ninguna autoridad sobre la
administración de esos valores que genera. Claramente esa productora, a
quien la sociedad patriarcal le expropia materialmente los aportes que
ha creado con la actividad de su propio cuerpo, es víctima de un proceso
de alienación psicológica, pues se le despoja de la facultad de dirigir
soberanamente (y de acuerdo a su propio bienestar) sus conductas de
reproducción biológica y de satisfacción fisiológica.
De
modo que en el marco del patriarcado, tanto hombres machistas como
mujeres (alienadas) contribuyen con la propaganda fetichista (prensa,
radio, televisión, internet, modas, estereotipos, clubes sociales, etc)
que deshumaniza a las personas y las convierte en objetos sexuales para
la promiscuidad y la invisibilización de los afectos genuinos.
Paradojicamente el patriarcado fomenta al mismo tiempo una
discriminación sistemática que imagina mujeres de primera categoría
(vírgenes) destinadas a cumplir exclusivamente la tarea
matrimonial-reproductiva-maternal y otras de segunda categoría
(promiscuas) cuya misión primordial es ser "usadas" estrictamente para
el placer sexual de los hombres patriarcales.
Es
así como se concreta la perversa doble moral del sistema patriarcal,
que siendo el máximo promotor de esas dos categorías (estereotipos) de
mujeres buenas y malas (de quienes se sirve y se aprovecha por igual),
comete la gigantesca hipocresía de glorificar a las mujeres que se
conserven "santas e inmaculadas" y por otro lado degradar (moral y
socialmente) a todas las otras damas que en legítimo ejercicio de sus
experiencias vitales hayan dejado de ser vírgenes.
Profesor Jesús Silva R.