Michael Jackson, la historia no contada


 
 
Nacido en el país de los sueños, un niño pobre y negro de un barrio norteamericano, logró lo imposible: Ser el artista más famoso de su tiempo. Aunque no haya duda de que su imagen siempre fue un producto del negocio del entretenimiento, ello no desdice que su arte prodigioso lo condujo a ser el único afroamericano en penetrar la industria musical con éxito universal. 

Sin embargo, desde el inicio de su vida, enfrentó el martirio y el estrellato, pues desde los cinco años de edad, Jackson era para sus progenitores y sus ocho hermanos la única posibilidad de escapar de la pobreza. En manos de su padre, el niño prodigio sufrió brutal explotación infantil en el trabajo artístico, maltrato emocional y menosprecio a su raza. Jamás pudo ir a una escuela común ni convivir con otros niños en un ambiente adecuado para el desarrollo de su personalidad, Jackson pagó con dolor irremediable el precio de su infancia perdida. En una época de exclusión social y racial, fue transformado en un ser solitario, bajo una imagen pública según la cual mientras más “extraño” él fuese, más dinero generaría; mientras tanto, el hombre de carne y hueso hallaba refugio en las historias infelices de Jhon Merrick (el hombre elefante) y Peter Pan (el niño que nunca creció) en un intento idealista por sanar su aislamiento y sus fantasmas.

En aquellas décadas de éxitos sin precedentes, fue la industria de los blancos quien mayor provecho obtuvo de Jackson y de los billones de dólares creados por sus giras, discos, publicidad, películas y artículos de merchandising. En la cima de su carrera, el personificó el sueño americano, un suceso que contagiaba las almas de millones de seguidores alrededor del mundo, rompiendo barreras de raza, idioma y nacionalidad. Tristemente, hay un enorme sadismo en las sociedades más desarrolladas que se expresa a través de un goce enfermizo ante el derrumbe de quienes alguna vez alcanzaron la gloria y este hombre fue víctima de ello: Quien permanece como el más exitoso artista de la historia, pues hasta el día de su muerte ya había vendido más de 750 millones de discos, conoció el declive. Fue así como en la última década, sus extravagancias, el vitiligo, sus cambios faciales y un escándalo sexual no comprobado, coparon las noticias de la misma industria que en el pasado se lucró de su baile, su canto y de la excentricidad que le fue impuesta.

Desde entonces, la opinión pública del país que lo vio nacer hizo leña del árbol caído mediante la burla, la difamación de los medios y la condena sin juicio. Las letras de posteriores canciones como Scream, Tabloid Junkie y Privacy serían testimonio fiel de sus angustias. Pocos recordaron sus obras humanitarias o respetaron su derecho a la presunción de inocencia; su reputación fue acribillada durante años y quienes le manifestaban fidelidad lo abandonaron. Esa sociedad desconoce que ser extraño no implica ser también un criminal. De quienes se enriquecieron con su trabajo o disfrutaron con su talento, ninguno fue capaz de rescatarlo de su presunta vida autodestructiva, ni rehabilitarlo contra la fármacodependencia ni advertirle de la inconveniencia de permanecer con niños que no eran sus hijos. Aunque en 2005 fue declarado inocente de cualquier conducta criminal por un tribunal de California, la prensa jamás se retractó de haberlo sentenciado culpable. El genio que tanto hizo brillar a su país, un 25 de junio de 2009, murió solo.



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