En 1992, Sinead O’Connor era la
cantante más admirada del mundo. Ese año rompió una foto de Juan Pablo
II en la televisión de EEUU, de inmediato su impactante video recorrió el planeta y fue falsamente mostrada como una insolente atea;
horas más tarde sus discos fueron quemados. Pocos sabían que ella había sido abusada durante su niñez por sacerdotes de su natal Irlanda, país donde hasta 2007, el 98% de las escuelas eran controladas por la Iglesia Católica.
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Al igual que Sinead, millones de niños han sufrido abuso sexual por “representantes de la fe cristiana”, ello se desprende de fuentes como el diario Boston Globe, (04-12-1992), que reveló que la Iglesia había pagado unos 300 millones de dólares, entre 1985 y 1992, en acuerdos con víctimas de curas pedófilos. Asimismo en 2002, el informe “John Jay”, avalado por la propia Conferencia de Obispos de EEUU y el Colegio de Justicia Criminal que lleva su nombre, informó que sólo en ese país, entre 4.000 y 5.000 sacerdotes fueron señalados por abuso contra 14.000 niños y adolescentes durante cuatro décadas. El documento reflejó acusaciones formales contra 4.392 sacerdotes, lo que representaba un 4% del clero nacional.
Este 2010, ante el escándalo mundial donde Benedicto XVI es acusado por las víctimas de ser el responsable último del encubrimiento de los abusos sexuales de sacerdotes a niños; Giuseppe dalla Torre (Jefe del Tribunal del Vaticano) ante el periódico italiano “Corriere della Sera”, ha declarado que Benedicto no irá a testificar en ningún juicio porque goza de inmunidad ante los tribunales del mundo, en su carácter de Jefe de Estado. El Sumo Pontífice se ha circunscrito a lamentar la situación mediante una carta pública.
La pedofilia además de ser pecado, es un grave delito que debe ser castigado. En solidaridad con las víctimas, nos incluimos entre las personas de buena voluntad que esperan de la Santa Sede una conducta responsable frente a la justicia, pues hasta ahora reina la impunidad.
Por: Jesús Silva R.
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