La historia del rey de la jungla nació de la pura necesidad financiera.
“Cuando empecé a escribir, tenía 35 años y había fracasado en todos mis
proyectos”, contó una vez en una entrevista el escritor Edgar Rice
Burroughs. Le parecía que muchas historias que leía en las revistas eran
malas y pensó: “Si la gente paga por algo tan flojo, yo también podría
escribir una historia floja.”
Así fue como por las tardes, después de su trabajo como vendedor,
Burroughs comenzó a garabatear en viejos papeles de cartas y recortes. “No pensé que fuera una historia especialmente buena y tenía dudas de que fuera a venderse”, contaba.
Pero se equivocó: “Tarzán de los monos”, publicado por primera vez en
octubre de 1912, se convirtió en un bestseller mundial.
Primero, la historia del niño huérfano criado por los monos y
convertido en rey de la jungla se publicó en una revista estadounidense.
Dos años más tarde, en 1914, salió la edición en libro, a la que siguieron varias secuelas,
y todas fueron traducidas a varios idiomas. Burroughs, que nació en
1875, recibió por el primer manuscrito un cheque de 700 dólares, pero
pronto fundó su propia editorial y, entre otras historias, siempre
inventó nuevas aventuras para el musculoso héroe.
Tarzán, cuyo nombre de pila es John Clayton III, es hijo de una
pareja de aristócratas británicos. Tras un motín en un barco, la familia
queda abandonada en una costa africana y pronto los padres mueren. Pero
un grupo de monos -Burroughs nunca aclaró qué especie- recoge al bebé y
lo cría como un hijo. Los monos le dan un nombre, que en la lengua
inventada por el autor significa “piel blanca”.
“La mayoría de historias que he escrito son las que me contaba yo mismo antes de dormirme”
Así, Tarzán aprende a trepar, moverse de liana en liana, dormir en las copas de los árboles y alimentarse de carne cruda.
Se viste con apenas un taparrabos de cuero y lleva un cuchillo como
única arma. Al final, encuentra por casualidad a Jane, hija de un
científico, y se enamora de ella. Juntos regresan a la civilización,
pero Tarzán nunca se siente a gusto allí y regresa una y otra vez a la
selva.
Por supuesto, no se trata de “gran literatura”, escribió el
recientemente fallecido autor y crítico estadounidense Gore Vidal. “A Tarzán lo capturan una y otra vez, pero siempre consigue escapar, siempre hay una bella princesa que lo quiere
y lo ayuda y un amigo fiel: Tarzán, con taparrabos de cuero y cuchillo,
consigue vencer todos los peligros y regresar con su chica.”
Pero con todo, también Vidal se confesó un gran fan de Burroughs,
ese “maestro de los soñadores estadounidenses”. Y es que Tarzán, pese a
ser una simplificación como todo el resto de superhéroes, tiene un
significado especial sobre todo para los hombres. “No hay apenas un
hombre de mi generación que al menos una vez no haya imitado el grito
del rey de la selva o se haya golpeado el pecho con las manos como él. Y
seguro que en los jardines de nuestro país se han roto miles de brazos y
piernas intentando saltar de un árbol a otro.”
Además de cómics y musicales, Hollywood no tardó en llevar a la
gran pantalla las aventuras de Tarzán en múltiples adaptaciones. Entre
sus intérpretes más famosos figuran Christopher Lambert y el ex nadador
olímpico Johnny Weissmüller, que dio vida al hombre mono en varias
ocasiones desde 1932. Y según se dio a conocer recientemente, los
estudios Warner Bros. han puesto el ojo en otro gigante de la natación: Michael Phelps podría convertirse en el Tarzán del siglo XXI.
Pese al éxito de su personaje, Burroughs nunca ganó mucho dinero. Murió en 1950, a los 74 años,
y fue enterrado en un terreno en California que había comprado y
nombrado en recuerdo a su gran héroe: Tarzana. Hoy en día, el lugar es
una comunidad con unos 30.000 habitantes. Nunca puso un pie en África,
la patria de su rey de la jungla. “La mayoría de historias que he
escrito son las que me contaba yo mismo antes de dormirme”, reconoció
una vez.